miércoles, 10 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 38

 —Quédate aquí —le ordenó él—. Estás débil y deshidratada, así que no vas a ir a ningún sitio. Tienes que comer y beber mucha agua.


Como por arte de magia, unas sonrientes mujeres aparecieron en ese momento con una bandeja hecha de caña.


—Tengo que ir a las minas, pero volveré más tarde. Las mujeres del poblado cuidarán de tí.


—Pero se supone que debo tomar notas…


—No te preocupes por eso. Ya habrá tiempo mañana, antes de irnos.


«Antes de irnos». Paula experimentó un traidor escalofrío de anticipación al pensar en lo que pasaría cuando se fueran de aquel sitio.


A la mañana siguiente, Pedro intentaba no mirar a Paula, sentada al final de una larga mesa en la cabaña donde comían todos, con el tradicional vestido del poblado que, seguramente, le habría prestado alguna de las mujeres. Era muy sencillo, pero lo llevaba con tal gracia que parecía un vestido de alta costura. Una niña estaba sentada sobre sus rodillas, mirándola con los ojos como platos. Había estado llorando unos minutos antes y Paula la había tomado en brazos como si fuera su madre. Estaba tomando el desayuno, un caldo hecho de mandioca, como si fuera el mejor caviar. Y mientras lo compartía con la niña no podría parecer más inocente y pura. Él recordó el pánico que había sentido el día anterior, cuando Paula se desmayó después de la picadura. Debía reconocer que había sido muy valiente. Pero, aunque sabía que estaba siendo totalmente irracional, no podía dejar de enfadarse con ella por no comportarse como había esperado que lo hiciera. Sus ojos se encontraron entonces y vió que se ruborizaba. ¿De deseo o de ira? ¿O era una mezcla de los dos, como le pasaba a él? De repente, la respuesta ya no era importante. Quién era, lo que había hecho. O no hecho. La deseaba, pero le haría pagar por haber puesto su vida patas arriba, no una sola vez sino dos veces. Decidido, se levantó y dijo con tono seco:


—Nos iremos a las minas en diez minutos.


No le gustó lo que sintió al ver cómo apretaba a la niña. No le gustó experimentar una emoción que no había imaginado sentir en su vida.


—Estaré lista.


Pedro se marchó antes de hacer alguna estupidez, como pedir un helicóptero para devolverla a Río y extinguir así el deseo que hacía arder su sangre cada vez que la miraba. 


Unas horas después, Paula había vuelto a ponerse su ropa, ahora limpia, y estaba sentada al lado de Pedro en la cabaña del jefe de la tribu. Él seguía enfadado y la miraba como si estuviera acusándola de algo. Sus sospechas se vieron reforzadas cuando dijo con tono acusador mientras iban a las minas:


—Antes te has portado muy bien con esa niña.


—Tengo un sobrino de su edad y le quiero mucho.


En realidad, era su punto débil. Desde el momento que tuvo al hijo de Delfina en brazos había formado un lazo con el niño y su reloj biológico había empezado a llamarle la atención. Pero no iba a contárselo a Pedro. Nunca hasta ese momento había pensado en la posibilidad de una idílica vida familiar y seguía sorprendiéndole cuánto lo deseaba. Apenas había pegado ojo en la cabaña porque echaba de menos la presencia de Pedro, pero intentó concentrarse en lo que tenía que hacer: Tomar notas. 

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