miércoles, 17 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 52

De repente, una incómoda verdad se clavó en su estómago como un cuchillo. Tal vez aquella mujer era ella de verdad. Ningún papel, ningún subterfugio. Y así, de repente, volvió a sentirse aturdido.


—Lo siento.


Paula se quedó sorprendida.


—¿Qué es lo que sientes?


La sinceridad lo obligó a admitir:


—Lo que ha pasado. Es que tú… —Pedro apartó la mirada. Aunque ya no le resultaba tan difícil decir lo que quería decir, como si se hubiera dado por vencido—. Me confundes,  Paula Chaves. Todo lo que había creído saber sobre tí es un error. La mujer que vino a Río, la mujer que ha sobrevivido en la selva, la mujer que se mostró tan atenta con la gente del poblado… Es alguien que yo no esperaba.


La emoción que sintió al escuchar esa admisión, sabiendo cuánto debía haberle costado, hizo que Paula no pudiera pensar con claridad.


—Pero esta soy yo, siempre he sido yo —dijo con voz ronca—. Es que… Estaba enterrada. Siento mucho haber salido corriendo, pero he venido aquí directamente. No me hubiera acercado a las playas después de lo que me contaste, no soy tan tonta.


Pedro dió un paso adelante.


—Me asusté. Pensé que no te importaba el peligro.


Paula notó lo pálido que estaba. Había estado preocupado por ella, de verdad. No había creído que había ido a buscar drogas. La rabia y el dolor desaparecieron y algo cambió dentro de ella. Empezó a sentir cierta ternura. Y eso era peligroso.


—Estoy aquí, a salvo —murmuró, conteniendo el deseo de tocarlo.


Pedro la tomó por las caderas. Era más bajita sin los zapatos de tacón, más delicada. Y se le puso la piel de gallina a pesar del calor. Animada por su proximidad, y por lo que había dicho, tiró de su chaqueta y él bajó los brazos para dejar que cayera al suelo. Sin decir nada, Pedro tomó su mano para llevarla al interior del departamento, pisando su chaqueta sin darse cuenta. Paula se dejó llevar. Nunca había sentido esa conexión con nadie más y experimentaba un deseo profundo de reclamar una parte de su sexualidad. Sin embargo, cuando llegaron a su dormitorio, con muebles oscuros y sobrios, empezó a ponerse nerviosa. Tal vez estaba siendo una tonta, equivocando sus sentimientos. ¿No decían los hombres cualquier cosa para llevarse a una mujer a la cama? Había tanto en su pasado de lo que se avergonzada que aún no había hecho las paces con él y Pedro parecía tener la habilidad de descubrir su lado más vulnerable solo con un beso. ¿Qué pasaría si la poseyese por completo? Cuando apretó su mano, ella dijo lo primero que se le ocurrió:


—Perdí mi virginidad cuando tenía dieciséis años. ¿Eso te sorprende?


Él se encogió de hombros.


—¿Debería sorprenderme? Yo también perdí la mía a los dieciséis, cuando una de las amantes de mi padre me sedujo. 

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