viernes, 19 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 56

Y sin embargo…  ¿De verdad le había hecho el amor a Paula o su deseo era tan abrumador que no se había dado cuenta de que ella no estaba disfrutando? Hizo una mueca al pensar en lo estrecha que era. Y en sus roncas palabras: «Ha pasado algún tiempo». Debía haber pasado mucho tiempo. ¿Y qué significaba eso? Que su reputación de promiscua podría no ser correcta, para empezar. Y se había mostrado algo torpe, como si no tuviera experiencia. Nada que ver con la seductora que él había esperado. Había visto sus gestos, su expresión inescrutable, pero estaba tan perdido en el intenso placer que no había podido contenerse y se liberó dentro de ella con una fuerza desconocida para él. Pero debía enfrentarse con una desagradable verdad: se había comportado con la fineza de un toro. El ruido de la ducha cesó y Pedro tragó saliva. Volver a ver a Paula en ese momento hacía que quisiera salir corriendo, pero ese deseo salía de un sitio profundo que no quería reconocer. Paula Chaves no había llegado hasta allí. Nadie lo había hecho. 


Cuando Paula salió del baño, envuelta en un voluminoso albornoz, seguía sintiéndose más desconcertada y vulnerable que nunca. El dormitorio estaba vacío y se le encogió el estómago al pensar que Pedro se había ido. Pero entonces se enfadó consigo misma. ¿No le había pedido que la dejase? ¿Por qué iba a quedarse con una mujer herida física y emocionalmente cuando tenía que haber montones de mujeres que le darían satisfacción sin tantos problemas? Inquieta, se ató el cinturón del albornoz antes de dirigirse al salón, con el pelo mojado cayendo por su espalda. Y entonces lo vió en la terraza. No se había ido. Su corazón se detuvo durante una décima de segundo y algo cálido y traidor embargó su pecho. Se había puesto unos vaqueros y ella admiró su espalda ancha y suave, el cabello despeinado. ¿Por sus manos o por la brisa? Y entonces Pedro dijo por encima de su hombro:


—Deberías venir a ver el paisaje, es espectacular.


Paula llegó a su lado y apoyó las manos en la barandilla. La vista era exquisita. Río iluminado por miles de luces, las playas, el Pan de Azúcar a lo lejos. Era mágico, maravilloso.


—Nunca había visto nada tan bonito —susurró, curiosamente calmada.


—No me lo creo.


—Es cierto. Antes… No me habría fijado. No la habría disfrutado.


Sintió, más que ver, que Pedro se daba la vuelta para mirarla y cuando giró la cabeza vió su rostro sombrío a la luz de la luna.


—¿Te he hecho daño? —le preguntó.


—No, no —se apresuró a decir ella—. No me has hecho daño, no es eso.


—¿Entonces?


¿Por qué no lo dejaba? Paula no estaba acostumbrada a que los hombres le preguntasen si disfrutaba del sexo porque normalmente se contentaban con contar a sus amigos que se habían acostado con ella. La heredera salvaje. 

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