viernes, 5 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 28

Sin saber qué esperar, Paula obedeció. Pedro la empujó suavemente bajo las hojas, el calor de su mano quemándola a través de la tela de la camisa.


—Inclina la cabeza hacia atrás y abre la boca.


El brillo oscuro de sus ojos hizo que se le encogiera el estómago.


—Venga, no te va a morder.


Paula hizo lo que le pedía y cuando Pedro volcó una hoja sobre su cara, recibió una cascada del agua más refrescante y deliciosa que había probado en toda su vida. Tuvo que toser suavemente cuando se atragantó, pero necesitaba más y volvió a abrir la boca. El agua rodaba por su cara, refrescándola, liberándola de un calor que no era debido solo a la humedad o la temperatura. Cuando solo quedaban unas gotas se irguió de nuevo. Pedro estaba muy cerca, tanto que solo tendría que dar un paso adelante y estarían tocándose. Y entonces, como si hubiera leído sus pensamientos y no estuviera interesado, él dió un paso atrás.


—Tenemos que ponernos ropa seca.


Se quitó la camisa y, al ver el ancho torso bronceado, la sombra de vello oscuro que se perdía bajo el cinturón de los pantalones, Paula se quedó inmóvil. No podía respirar. Con el rostro ardiendo de vergüenza, abrió su mochila y se concentró en sacar ropa seca. Lo último que necesitaba era que Pedro Alfonso jugara con su cabeza. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué se sentía tan expuesta, tan vulnerable? Pero no podía olvidar cómo la había mirado cuando vió sus cicatrices. O el brillo de deseo en sus ojos un momento antes.


Pedro estaba desorientado mientras se cambiaba de ropa. Deus. Había estado a punto de apoyar a Paula en el tronco del árbol para apoderarse de su boca, celoso de las gotas de lluvia que se escurrían entre sus generosos labios. ¿Y esas cicatrices en las manos? Se había asustado al verlas, pensando que se las había hecho durante la marcha. Y la rabia que sintió cuando le contó quién era el responsable… Había visto a Miguel Chaves un par de veces en eventos sociales y nunca le había caído bien. Tenía unos ojos helados y el aire de superioridad de alguien acostumbrado a conseguir siempre lo que quería. Saber que había sido violento no le sorprendía. Podía imaginarlo siendo vengativo, malévolo. ¿Pero contra sus propias hijas? ¿Contra la mimada heredera a la que todo el mundo envidiaba? Sabía que Paula estaba cambiándose a su espalda. Podía oír el suave frufrú de la tela y luego nada, silencio. Intentando convencerse a sí mismo de que era preocupación, pero sabiendo que se trataba de un deseo más profundo, se dió la vuelta. Estaba de espaldas a él, con las piernas desnudas mientras se quitaba los pantalones, las braguitas altas mostrando unos muslos largos y unos glúteos firmes. Cuando se quitó el sujetador tuvo que controlarse para no lanzarse sobre ella… Se sentía como un adolescente mirando a una mujer cambiándose en un probador. El tintineo de la hebilla del cinturón lo sacó del trance y, furioso consigo mismo, se dió la vuelta para ponerse el pantalón. La luz empezaba a desvanecerse rápidamente y estaba tan concentrado en Paula que se arriesgaba a no poder montar el campamento a tiempo. Pero cuando se dió la vuelta, a punto de ordenar que empezase a moverse, las palabras murieron en sus labios. Para su sorpresa, ella estaba desenrollando la tienda de campaña, la larga coletabailando sobre sus hombros. Estaba perdiendo pie con aquella mujer a toda velocidad. 

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