viernes, 19 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 58

 —No lo entiendo —dijo por fin con expresión tensa—. No te entiendo.


—¿Qué es lo que no entiendes? —preguntó Paula en voz baja, su corazón palpitando ante la atenta mirada masculina.


—Has tenido todas las oportunidades de mostrarte difícil desde que llegaste aquí, pero no lo has sido.


—No te entiendo.


—Una niña que es medicada por ser difícil, salvaje. Una niña que se convierte en una adolescente alocada, decidida a provocar escándalos a todas horas… Tú no eres así.


El corazón de Paula se aceleró. Empezaba a marearse.


—Era yo —dijo en voz baja.


—Nadie cambia tan fácilmente.


Pedro se acercó para sentarse a su lado, pero Paula sentía como si estuviera al borde de un precipicio, a punto de caer.


—¿Por qué tomabas medicación desde niña?


—Ya te lo he contado. Cuando mi madre murió…


Él negó con la cabeza.


—Tiene que haber algo más.


Nadie se había mostrado tan interesado en conocer sus secretos. En rehabilitación, los profesionales cobraban por conocerla y ella lo había permitido porque quería ponerse bien. Pedro la empujaba a descubrir sus secretos… ¿Y para qué? El deseo de mostrarse vulnerable, de confiar en él era aterrador. Demasiado después de lo que acababa de reconocer. Estaba enamorándose de él cuando Pedro solo estaba interesado en acostarse con ella… Había tantas cosas en su pasado, pero no podía contarlas. Se sentía demasiado frágil. Por instinto de supervivencia, Paula se levantó abruptamente, haciendo que Pedro echase la cabeza hacia atrás.


—No hay nada más. Y pensé que a los hombres no les gustaban las conversaciones después del sexo. Si hemos terminado, me gustaría irme a la cama. Estoy cansada.


Iba a entrar en el salón, con el corazón acelerado, pero Pedro se levantó de un salto para sujetarla por la muñeca.


—¿Si hemos terminado por esta noche? ¿Qué significa eso?


Paula se encogió de hombros, intentando afectar un tono aburrido.


—Hemos ido a la cena benéfica, nos hemos acostado juntos — se obligó a sí misma a mirarlo—. ¿Qué más quieres, que te arrope y te lea un cuento?


Pedro sintió que le ardía la cara de rabia y soltó su muñeca como si lo quemase. 


—No, cariño, no quiero que me arropes y me leas un cuento. Te quiero en mi cama a mi conveniencia durante el tiempo que yo desee.


Estaba siendo cruel a propósito, y más remoto que nunca, pero el instinto de supervivencia le pedía que se alejase, que no le dejase acercarse demasiado.


—Bueno, si no te importa me gustaría dormir sola.


«Mentirosa», le decía su cuerpo. Incluso en ese momento, con Pedro enfadado, el deseo de tenerlo dentro otra vez hacía que sintiera una humedad entre las piernas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario