miércoles, 3 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 23

La expresión de Pedro mientras se incorporaba era indescifrable.


—Creo que nuestra historia personal hace que sea asunto mío. Tienes que demostrar que puedo confiar en tí, que no agotarás la energía y los recursos de los que te rodean.


Con las botas puestas, Paula se levantó, apretando los labios.


—Se te da muy bien juzgar a la gente, ¿No? ¿Basas esa afirmación en tu vasto conocimiento sobre los ex- adictos? —le espetó, airada.


Se miraron el uno al otro, en tensión. Y entonces Pedro respondió:


—Me baso en una madre alcohólica para quien entrar y salir de las clínicas de rehabilitación es un pasatiempo, por eso creo conocer la mente de un adicto. Y cuando no está luchando contra su adicción al alcohol o a las pastillas está buscando una nueva conquista que financie su estilo de vida.


Paula se sintió enferma. La demostración de lo personal que era su conocimiento parecía arraigada en una amarga experiencia.


—Deberíamos comer algo —murmuró él.


El enfado de Paula se disipó mientras Pedro se volvía abruptamente para encender el hornillo cerca de la hoguera. Estaba sorprendida por lo que le había contado y por cuánto le había contado ella sobre sí misma. Aunque no se lo había contado todo. Era comprensible que hubiese pensado lo peor de ella, pero eso no excusaba su comportamiento. Seguía sintiéndose culpable por haber hecho sufrir a su hermana y no quería pensar en Pedro con una madre alcohólica. De repente, se sentía demasiado vulnerable para estar en compañía del perceptivo Pedro Alfonso y, además, la fatiga se había apoderado de ella.


—No hagas nada para mí, no tengo hambre. Creo que me voy a dormir.


Pedro levantó la mirada. Parecía a punto de decir algo, pero debió pensarlo mejor.


—Como quieras.


Paula tomó su mochila y entró en la tienda de campaña, aliviada al ver que era más espaciosa de lo que parecía. Después de quitarse las botas, se tumbó en su saco de dormir y cerró los ojos, agotada. No quería pensar en el hombre que había puesto su mundo patas arriba en las últimas treinta y seis horas, el hombre que estaba acercándose demasiado al sitio en el que ella tenía guardadas tantas cosas. 


A la mañana siguiente, Pedro oyó movimiento en la tienda y, de inmediato, su expresión se volvió destemplada. Cuando entró la noche anterior, Paula estaba profundamente dormida, los dorados mechones de pelo alrededor de su cabeza, su respiración pausada. Y, de nuevo, le pesó en la conciencia que se hubiera ido a dormir sin comer y con los pies doloridos por las botas. No podía dejar de pensar en lo que le había contado sobre su infancia. Había tomado fármacos desde niña… La mujer a la que había conocido en Florencia se parecía tan poco a la que parecía ser en ese momento que le resultaba difícil creerlo. 

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