viernes, 19 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 57

 —Ya has tenido un orgasmo entre mis brazos, pero te has encerrado en tí misma de repente.


Paula sintió que le ardía la cara al recordar la fuerza del orgasmo cuando la tocó en la selva. Pero aquello había sido diferente porque entonces no estaba dentro de ella. Y no estaba enamorándose de Pedro. Esa verdad la golpeó como un rayo. Estaba enamorándose de él, de modo que era lógico que sintiera miedo. Su cuerpo lo había sabido antes que ella, por eso temía hacer el amor, sentirse poseída por Pedro. Lo miró entonces, temiendo que se hubiera dado cuenta, pero él esperaba su respuesta con una ceja enarcada.


—Te dije que había pasado algún tiempo.


—¿Cuánto tiempo?


Paula lo miró haciendo una mueca.


—Años. Muchos años.


—¿No has tenido amantes desde que te fuiste de Italia?


—No. Y antes de irme de Italia también había pasado mucho tiempo —admitió—. La verdad es que nunca he disfrutado del sexo. Mi reputación de promiscua estaba basada en las historias que contaban los hombres a los que había rechazado, no en la realidad. Me temo que no soy ni la mitad de degenerada de lo que tú piensas… Mucho hablar y luego nada.


Pedro se quedó en silencio durante largo rato.


—Me he dado cuenta de que no tienes mucha experiencia —dijo luego—. Pero te catalogaban como una chica degenerada y promiscua y tú no hacías nada para defenderte.


—Como si alguien me hubiese creído —Paula miró de nuevo hacia la ciudad, sintiéndose apartada, como suspendida en el espacio—. ¿Sabes cómo aprendí a besar?


—¿Cómo? 


—Uno de los amigos de mi padre entró en mi habitación durante una fiesta…


Paula dejó escapar un gemido cuando Pedro la agarró por los hombros.


—¿Te tocó?


Ella negó con la cabeza.


—No, no, mi hermana Delfina estaba allí. Vino a mi cama y el hombre se marchó. Después de eso siempre cerrábamos la puerta con llave.


Pedro apretó sus hombros con fuerza.


—Deus… Paula.


La soltó para pasarse una mano por el pelo, mirándola como si fuera una extraña. Y ella lo agradeció porque otra cosa sería demasiado aterradora. Pedro mirándola con algo parecido a la ternura… No, no podía ser. Se dejó caer sobre una butaca y levantó las rodillas hasta su pecho mientras él se quedaba de espaldas a la barandilla, con las manos en los bolsillos de los vaqueros. 

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