lunes, 22 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 64

Las dos habían sido manipuladas por su padre, la dos hacían el papel que les habían enseñado a interpretar. La buena chica y la mala. Todo tenía sentido a partir de ese momento y Pedro sabía que no había imaginado el brillo de vulnerabilidad en sus ojos la noche que la conoció… Un ruido a su espalda hizo que girase la cabeza. Paula estaba en la puerta de la cocina, despeinada y envuelta en un albornoz. Parecía vacilante, tímida y él tragó saliva. Todo lo que había creído sobre ella era mentira. Nervioso, apretó el cuenco que tenía en la mano y siguió batiendo los huevos.


—¿Tienes hambre?


—Me muero de hambre.


La voz ronca de Paula encendió su sangre una vez más, recordándole cómo había gritado su nombre en los momentos de pasión. Cómo había suplicado… Y lo que sentía con ella. Deus.


Paula entró en la cocina sintiéndose ridículamente tímida.


—¿Sabes cocinar?


Pedro esbozó una sonrisa.


—Tengo un repertorio muy limitado. Hacer unos huevos revueltos es alta cocina para mí.


Paula se sentó en un taburete, intentando no derretirse ante una escena tan doméstica. Pedro, con unos vaqueros gastados, una camiseta, el cabello despeinado y sombra de barba, haciéndole el desayuno.


—¿Dónde aprendiste?


Pedro echó el beicon en la sartén, sin mirarla.


—Cuando mi madre se marchó, mi padre despidió al ama de llaves. Siempre le había parecido un gasto innecesario.


—¿Desde entonces cocinaba él?


Pedro negó con la cabeza. 


—Yo estaba en un internado fuera de Río, así que solo tenía que arreglármelas durante las vacaciones —respondió, haciendo una mueca—. Una de las amantes de mi padre se apiadó de mí cuando me encontró tomando cereales a la hora de la cena. Ella me enseñó lo más básico. Me caía bien, era una de las más simpáticas, pero se marchó.


—¿Fue ella la que te sedujo?


Pedro no pudo disimular una sonrisa.


—No.


Avergonzada por ese tonto ataque de celos, Paula le preguntó:


—¿Tu padre no volvió a casarse?


—No, nunca.


Pedro sirvió el café en dos tazas y le ofreció una.


—Aprendió la lección cuando mi madre se marchó llevándose una pequeña fortuna. Ella provenía de una familia rica, pero para entonces el dinero había desaparecido.


Paula hizo una mueca de dolor.


—No sé cómo habría sobrevivido si me hubieran separado de Delfina.


Pedro puso un plato de huevos revueltos y beicon frente a ella y la miró mientras se sentaba en el taburete.


—Se llevan bien, ¿No?


Ella asintió con la cabeza, pensando en su hermana y su familia. 

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