lunes, 15 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 46

Pensar en la noche que la esperaba la hacía sudar. En aquel momento preferiría una selva llena de escorpiones, serpientes y hormigas bala, e incluso a un furioso Pedro Alfonso antes que la jungla social en la que estaba a punto de adentrarse. Pero entonces levantó la barbilla en un gesto orgulloso. Ella era mejor que eso. Había sobrevivido durante los últimos años al intenso escrutinio personal, a la constante invasión de privacidad mientras se enfrentaba con sus demonios. Y no solo eso; había sobrevivido a la selva con Pedro, que esperaba que fallase a cada paso.  Aunque en aquel momento no le parecía un triunfo sino una prueba de resistencia que aún tenía que pasar. Habían cambiado la salvaje selva por la más civilizada selva social. Y ese era un reto mucho mayor. Sintió que se erizaba el vello de su nuca al oír un ruido tras ella y no tuvo tiempo de seguir pensando si había elegido o no el vestido adecuado. Irguiendo los hombros y haciéndose la fuerte, Paula se dió la vuelta. Durante un segundo solo pudo parpadear para asegurarse de que no estaba soñando. No parecía capaz de respirar. Era como aquella noche, siete años antes, cuando lo vió por primera vez. Pero aquel Pedro era infinitamente más maduro y más atractivo.


—Te has afeitado —comentó tontamente.


Pero esas palabras no hacían justicia al hombre vestido de esmoquin que tenía delante. Sin barba, su mentón cuadrado parecía aún más definido y el espeso pelo recién cortado la hacía sentir unos celos irracionales de la persona que hubiera puesto las manos en su cabeza. Estaba demasiado emocionada por la aparición de Pedro como para darse cuenta de que él tenía los ojos clavados en ella y un oscuro rubor cubría sus pómulos.


—Estás… Increíble.


Era una diosa. Al principio solo se había fijado en la piel desnuda de sus brazos y sus hombros, pero después tuvo que admirar el vestido de seda roja con un escote que llamaba la atención hacia sus pechos. Iba sujeto por un adorno de pedrería en el hombro y luego caía desde la cintura hasta el suelo como una cascada de seda roja. Podía ver un insinuante y pálido muslo asomando por la tela y tuvo que apretar los dientes para no tomarla entre sus brazos. Se había sujetado el pelo en un moño bajo que debería darle un aspecto más discreto que si llevara el pelo suelto, pero no era así. Al contrario, hacía que el vestido pareciese más provocativo. Pero parecía incómoda. Tocaba el escote del vestido con gesto nervioso, como intentando taparse. La mujer que había conocido en Florencia llevaba un vestido diminuto y mucho más revelador, pero parecía encantada. 

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