lunes, 22 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 62

 —¿Por qué no has hablado con la policía sobre la muerte de tu madre?


—¿Quién hubiera creído a la inestable Paula Chaves? Me sentía impotente. Había empezado a dudar de mí misma… No sabía si aquello había ocurrido de verdad o era cosa de mi imaginación. Tal vez solo era una niñata de la alta sociedad enganchada a las drogas, como decía todo el mundo.


Pedro estaba sacudiendo la cabeza y Paula se asustó. Había sido una tonta por contarle todo aquello.


—No me crees.


Él apretó los labios.


—Claro que te creo. Conocí a tu padre y sé que es un canalla. No fue culpa tuya, él te convirtió en una adicta.


Paula experimentó una traicionera emoción. La aceptaba. La aceptaba como era.


—Siento lo de antes —dijo con voz ronca—. Es que no quería contártelo.


—¿Y qué ha cambiado?


Paula sintió como si estuviese acorralándola otra vez, pero luchó contra el deseo de escapar. 


—Tú mereces saber la verdad y yo no estaba siendo sincera del todo.


—¿Sobre qué?


Iba a hacer que lo dijese. Se sentía cautivada por su mirada. El tiempo parecía haberse detenido y sentía como si no pesara. Le había contado a alguien su gran secreto y el mundo no se había hundido bajo sus pies.


—No quería pasar el resto de la noche sola. Solo era una excusa.


Los ojos de Pedro se habían oscurecido mientras tomaba su cara entre las manos.


—¿Vas a quedarte?


De repente, lo necesitaba desesperadamente. Necesitaba agarrarse a algo porque sentía que podría salir flotando y perder el contacto con la realidad.


—Sí.


Pedro la tomó en brazos y ella le echó los brazos al cuello, besando el pulso que latía en su garganta. Todo su cuerpo latía de deseo. La dejó suavemente sobre la cama y Paula tembló como si estuviese tocándola por primera vez. Estaba enfebrecida mientras rozaba sus pezones con las uñas, haciendo que él murmurase algo ininteligible. Luego bajó las manos hacia la cremallera de su pantalón para rozar el miembro de acero. Las manos de Pedro también estaban ocupadas desatando el cinturón del albornoz mientras la devoraba con la mirada. Un rubor oscuro cubría sus pómulos mientras se bajaba los pantalones y los apartaba de una patada. Paula no podía respirar, no podía dejar de tocarlo.


—Quiero ir despacio —dijo Pedro con voz gutural— no como antes. 


Pero Paula estaba desesperada por sentirlo de nuevo en su interior y sacudió la cabeza mientras susurraba:


—Yo no quiero ir despacio.


—¿Estás segura?


Asintió con la cabeza y vió que Pedro apretaba el mentón, como si tuviera que hacer un esfuerzo sobrehumano para mantener el control. Lo miró mientras se ponía el preservativo con una expresión casi salvaje. Su sexo latía de deseo y abrió las piernas en una muda llamada que él atendió cubriendo su monte de Venus con la mano y explorando sus secretos pliegues hasta provocar un río de lava.


—Estás tan mojada —dijo con voz ronca.


—Por favor… —susurró Paula—. Te deseo tanto. 

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