viernes, 12 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 41

 —Nos iremos en quince minutos —dijo Pedro.


Y luego se dió la vuelta sin decir una palabra más. 


Mientras guardaba sus cosas en la mochila unos minutos después, Paula alternaba entre el anhelo de darle la bofetada que tanto merecía y recordar lo que había sentido cuando la besó. Nunca había disfrutado del sexo; era algo que había hecho para olvidar y que, invariablemente, terminaba en decepción y en una terrible sensación de disgusto consigo misma. Pero Pedro… Era como si pudiera ver dentro de su alma, la parte de ella que seguía siendo inocente, la que no estaba manchada por lo que había visto y experimentado de niña.


—¿Señorita Chaves?


Ella se dió la vuelta y vió a un joven en la puerta de la cabaña.


—El señor Alfonso está esperando en el jeep. 


—Iré enseguida.


Podía volver a casa, olvidar el trabajo en la fundación y empezar de nuevo. Aceptar la derrota. O, si se atrevía a admitir que deseaba a Pedro, podría ser tan estratega como él. Pero si iba a someterse a sus arrogantes demandas sería en sus términos y también conseguiría algo.


Pedro miró a Paula, sentada al otro lado del pasillo. Estaba mirando por la ventanilla, de modo que no podía ver su expresión, pero sabía que sería tan glacial como cuando subió al jeep. Habían hecho el viaje hasta el aeródromo privado en completo silencio. En aquella ocasión él no pilotaba la avioneta. Su intención había sido trabajar en su ordenador, pero por primera vez en su vida no era capaz de concentrarse. Solo podía pensar en ella, preguntándose qué significaba su silencio. Sabía que lo merecía y le sorprendía que no le hubiese dado una bofetada en el poblado. Había visto en su expresión que quería hacerlo. Jamás se había portado como un canalla con una mujer. Si quería a una mujer la seducía para llevársela a la cama y nunca daba la impresión de querer algo más. Pero era Paula Chaves. Desde el momento que la vio había estado aturdido y los últimos días le habían demostrado que era una mujer diferente a la que conoció siete años antes. Y, sin embargo ¿No había visto algo de esa mujer en la discoteca? No quería admitir que había visto un brillo de vulnerabilidad en sus ojos aquella noche. Se sentía como un canalla. Prácticamente la había chantajeado. No era tan falso como para no reconocer que lo había hecho para tenerla donde quería, sin decirle cuánto necesitaba saciar su deseo, cuánto la necesitaba. Abrió la boca para decir algo, pero esos ardientes ojos azules lo dejaron sin habla. Parecía absolutamente decidida.


—He estado pensando en tu… proposición.


Pedro hizo una mueca. Nunca hubiera imaginado que sería tan diplomática cuando él había sido tan canalla. 

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