lunes, 22 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 65

 —Delfina me salvó.


—Yo creo que te salvaste a tí misma en cuanto fuiste capaz de hacerlo.


Paula se encogió de hombros.


—Sí, supongo que sí —murmuró, probando el desayuno—. ¿Tu hermano se parece a tí? ¿También él está decidido a solucionar todos los males de este mundo?


Él suspiró pesadamente. 


—Federico es… Nuestra relación es complicada. Estuvo resentido contra mí durante mucho tiempo porque mi padre me lo dejó todo. Intenté darle la mitad cuando él murió, pero Max es demasiado orgulloso y se negó a aceptarlo.


Paula sacudió la cabeza, emocionada al saber que había sido tan generoso.


—¿Qué tal le ha ido en Italia?


—Él lo pasó mucho peor que yo. Mi madre era una persona muy inestable que iba de un hombre rico a otro cuando no estaba en una clínica de rehabilitación. Federico pasó de un internado suizo a vivir en las calles de Roma…


—¿En serio?


—Pero salió de la pobreza sin ayuda de nadie. No aceptaba nada de mí y, desde luego, no habría aceptado nada de mi padre. Solo años después, cuando ganó su primer millón, pudimos retomar nuestra relación.


Paula dejó el tenedor y el cuchillo sobre el plato. Pedro había demostrado ser intransigente e incapaz de perdonar cuando llegó a Río, pero en ese momento estaba viendo a un hombre diferente. Su pasado era casi tan complicado como el suyo y, sin embargo, no se había dejado contaminar por la corrupción de su padre o por las veleidades de su madre; veleidades que ella entendía muy bien. Considerando lo fácil que hubiera sido seguir viviendo en la niebla de las adicciones, sin tener que lidiar con la realidad, tal vez a ella no le había ido tan mal. Pedro estaba mirándola con una ceja enarcada, esperando respuesta a una pregunta que ella no había escuchado.


—Perdona, estaba perdida en mis pensamientos.


—Dijiste que querías conocer Río.


Paula asintió con la cabeza.


—Sí, claro.


Pedro no parecía tan arrogante como de costumbre y eso hizo que su corazón redoblase sus latidos. 


—Es sábado y me gustaría enseñarte mi ciudad.


A Paula se le encogió el estómago. Se sentía ridículamente tímida de nuevo. Algo burbujeaba dentro de ella… ¿Felicidad? Era una sensación tan extraña que la tomó por sorpresa.


—Eso me gustaría mucho. 





-¿Ya has tenido suficiente?


Paula murmuró algo ininteligible. Estaba tumbada en la playa de Ipanema, los últimos rayos del sol bañando su piel con su delicioso calor. Había muchas conversaciones a su alrededor, con la preciosa cadencia del portugués, gente riendo, charlando, las olas rozando la arena. Aquello era el paraíso. Cuando sintió el roce de los labios de Pedro, todo su cuerpo se orientó hacia él. Luego abrió los ojos, haciendo un esfuerzo, y su corazón dió un vuelco al ver cómo la miraba.

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