miércoles, 3 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 24

Parecía desafiante cuando le contó que había sido adicta a los fármacos desde los doce años y empezaba a pensar que podría ser cierto. Y, si era así, era terrible. Una cosa era tener una madre con un problema de adicciones, pero una niña… Siete años antes había dado la impresión de que sabía lo que hacía y disfrutaba de ello, pero algo en ese relato daba vueltas en su cabeza. ¿Estaría contando la verdad? ¿Por qué iba a mentir después de tanto tiempo?, le preguntó una vocecita. Y si nunca había tomado otro tipo de drogas, tal vez era cierto que ella no las había metido en su bolsillo aquella noche. Esa posibilidad cayó en su estómago como una piedra. En medio del caos que provocó la redada, Paula había tomado su mano. Estaba pálida y lo miraba con los ojos muy abiertos, asustada, vulnerable. Había sido justo antes de que la policía los separase bruscamente para registrarlos. El recuerdo parecía reírse de él. Siempre había creído que era una mirada de culpabilidad por lo que había hecho, pero si no era así… Pedro recordó su apasionada defensa cuando cuestionó la veracidad de sus palabras…  La entrada de la tienda de campaña se movió y el objeto de sus pensamientos apareció, parpadeando bajo la luz del sol. Y cuando sus ojos se encontraron y sintió que se le encogía el estómago se maldijo a sí mismo por llevarla allí porque eso estaba poniendo preguntas en su cabeza. Porque quizá era inocente al fin y al cabo.


Ella lo miró con gesto receloso.


—Buenos días.


Su voz, cargada de sueño, despertó una punzada de deseo. Debería estar despeinada y con los ojos hinchados, pero estaba preciosa. Su piel tenía un aspecto tan fresco como si acabara de salir de un spa, no de una rudimentaria tienda de campaña en medio de la selva. Apartando la mirada, le ofreció una lata con comida rica en proteína.


—Toma, come esto.


Paula tomó la lata y se sentó para comer, intentando no poner cara de asco al ver el nada apetitoso contenido. De nuevo, Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para ignorar el sentimiento de culpa al recordar que, gracias al mal ejemplo de su madre, él lo sabía todo sobre el comportamiento inestable de los adictos. Sabía, por ejemplo, que cuando creías que de verdad querían desengancharse hacían justamente lo contrario. Él lo había presenciado de primera mano y nunca lo olvidaría. Ella levantó la cabeza. Había terminado de comer y él se quedó sin aliento ante la intensidad de su mirada.


—Come esto también —dijo con voz ronca, ofreciéndole una barrita de proteínas.


—Pero ya no tengo hambre…


—Da igual, cómelo. Tenemos una larga caminata por delante.


Paula se levantó para tomar la barrita, enfadada consigo misma por haber esperado una especie de tregua. Y también por haberle contado lo que le contó por la noche. 

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