miércoles, 10 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 36

Ignorando a Pedro, Paula estudió el paisaje. A lo lejos podía ver la tierra que había sido destripada. Literalmente. Habían cortado enormes trozos de selva. No había árboles, pero sí varias máquinas se movían de un lado a otro bajo el inclemente sol. Experimentando una inesperada emoción al ver la selva devastada le preguntó:


—¿Esa es la mina?


Él asintió con la cabeza.


—Ese es el legado de mi familia.


Y luego señaló unas manchas marrones a lo lejos.


—Ese es el poblado de los Iruwaya.


Paula vió un grupo de cabañas en medio de un claro. Pero también algo que llamó poderosamente su atención: Una carretera que llevaba al poblado y un autobús con bultos y cajas de gallinas colgando precariamente del techo.


—El poblado no está aislado —dijo con tono acusador.


—Nunca dije que estuviese totalmente aislado —respondió Pedro.


Ella dió un paso atrás, atónita.


—¿Entonces por qué demonios hemos venido caminando por la selva? No me habías dicho que hubiera un autobús.


—No te ofrecí esa opción, es verdad.


—Dios mío. Lo has hecho para asustarme, para que me fuera. Y tontamente pensé…


Sacudió la cabeza, enfadada. Su estúpida sensación de triunfo por haber levantado la tienda de campaña parecía burlarse de ella. Sabía que Pedro la odiaba, que quería castigarla, pero no se le había ocurrido pensar que hubiera otra forma de llegar al poblado.  Durante todo ese tiempo él debía haber alternado entre reírse de ella y maldecirla por mostrarse tan decidida. Y luego divirtiéndose al haber demostrado cuánto lo deseaba. Pedro se pasó una mano por el pelo, suspirando.


—Así era como pensaba venir al poblado, pero creí que te rendirías enseguida.


—Eres un canalla, Pedro Alfonso.


Encolerizada, Paula dió un paso adelante, sin mirar dónde pisaba… Acabó en el suelo, sin aliento, antes de darse cuenta de que había tropezado con algo. Pero el suelo no era de tierra… Era negro y estaba moviéndose. Asustada, se había levantado de un salto cuando Pedro llegó a su lado para tomarla del brazo.


—¿Estás bien?


Furiosa con él, Paula se apartó de un tirón.


—Claro que estoy bien.


Mascullando una palabrota, Pedro la apartó del sitio en el que había tropezado y rasgó su camisa mientras Paula intentaba entender lo que estaba pasando. Pero entonces sintió un dolor insoportable en dos sitios: El brazo y la pierna. Un dolor tan potente que le hizo gritar.


—¿Dónde te duele?


—El brazo… La pierna —consiguió decir con voz entrecortada. 

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