miércoles, 3 de abril de 2024

Pasión: Capítulo 22

Pedro solo había visto una parte de su vida, pero en realidad no sabía nada de ella. Nadie sabía la verdad.


—Viste lo que querías ver —respondió con amargura.


Paula intentó evitar su mirada mientras tomaba las botas, pero Pedro se las quitó de la mano.


—Siempre debes mirar dentro antes de ponértelas, por si se hubiera metido algún insecto.


Paula sintió un escalofrío mientras volvía a meter los pies en las botas.


—Muy bien.


—¿Qué significa eso? ¿Por qué dices que ví lo que quería ver? 


Molesta por su insistencia, Paula lo fulminó con la mirada. La luz de la hoguera iluminaba solo una parte de su cara, dándole un aspecto aún más oscuro y peligroso.


—Creo que tengo derecho a saberlo. Me debes una explicación.


A Paula se le encogió el estómago. La oscura selva a su alrededor la hacía sentir como si no hubiera nada más en el mundo que aquel sitio.


Vaciló durante un segundo, pero al final respondió:


—Yo no era adicta a ese tipo de drogas… Nunca he tomado drogas recreativas. Era adicta a los fármacos y al alcohol, pero no volveré a tocarlos.


Pedro por fin se apartó, con el ceño fruncido, y ella respiró de nuevo…Pero solo durante un segundo.


—¿Cómo te hiciste adicta a los fármacos?


Paula suspiró, agobiada. No quería pensar en el miedo y el sentimiento de culpa que habían formado parte de su vida durante tanto tiempo, pero tenía que contarle la verdad. O parte de la verdad.


—Empecé a tomar fármacos cuando tenía cinco años.


Él frunció el ceño de nuevo.


—¿Por qué?


Su evidente escepticismo hizo que lamentase haber sido tan sincera. Aquel hombre jamás sentiría la menor compasión por ella, de modo que fingió una despreocupación que no sentía y volvió a interpretar el papel que su padre había escrito para ella tanto tiempo atrás.


—Tras la muerte de mi madre era imposible controlarme. Cuando cumplí los doce años me diagnosticaron un déficit de atención y estuve tomando fármacos durante años. Me convertí en dependiente… Me gustaban las sensaciones que experimentaba.


Pedro la miró con gesto de disgusto.


—¿Y tu padre lo permitía? 


Paula tragó saliva. No solo lo permitía sino que se aseguraba de que los tomase. Sintiéndose tan frágil como el cristal intentó sonreír, aunque no fue fácil. Tuvo que hacer un esfuerzo para mirarlo.


—Como he dicho, era imposible controlarme. Entonces era muy rebelde.


—¿Por qué estás tan segura de que te has librado de esa adicción? —le preguntó Pedro, desdeñoso.


Ella levantó la barbilla.


—Cuando mi hermana y yo nos fuimos de Italia… —no terminó la frase, la vergüenza mezclándose con la rabia—. Cuando todo se hundió nos fuimos a Inglaterra. Ingresé en una clínica de rehabilitación a las afueras de Londres y estuve allí durante un año. Aunque no es asunto tuyo —añadió, pensando que le había contado demasiado. 

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