miércoles, 9 de enero de 2019

Rendición: Capítulo 59

–Oh, por todos los santos –rugió él, se levantó y empezó a desnudarse.

–¿Qué estás haciendo? –preguntó ella, abriendo los ojos de par en par.

–Voy a tener sexo contigo.

–Nada de eso. No quiero ser una obra benéfica para tí.

Desnudo, Pedro se subió a la cama y la tumbó de espaldas.

–¿Te parece a tí que te estoy haciendo un favor? le espetó él y se colocó entre sus piernas, presionando su enorme erección contra la ropa interior de ella.

Paula se aferró a la sábana.

–Hace un minuto no me deseabas.

–Claro que sí –repuso él, conmovido por su vulnerabilidad y su inocencia–. Pero estaba intentando cuidar de tí.

–Sigue intentándolo.

Su respuesta hizo reír a Pedro. Él la superaba en años y en experiencia, pero ella tenía un genio que se sostenía por sí mismo.

–Vivo para complacerte –dijo él y le deslizó dos dedos debajo de las braguitas para comprobar si estaba lista. Estaba mojada y caliente.

Paula lo observó con los ojos muy abiertos.

–Puedes tocarme tú también –sugirió él y la penetró.

Todo su cuerpo se estremeció de placer. Con timidez, Paula le acarició la espalda.

–¿Te hago daño?

–No lo sé, estoy demasiado ocupada gozando –contestó ella con una sonrisa.

Pedro miró su reflejo en el espejo del armario. Hacían una pareja perfecta. Ella, pálida y adorable. Él, oscuro y dominante. Pero esa imagen no era real. No estaban hechos el uno para el otro. Era un solitario y Paula había nacido para triunfar en la vida.

Ella todavía llevaba puesta la camiseta. Pedro había tenido tanta prisa por sumergirse en su interior, que no se había parado a quitársela. Pero quería verla desnuda.

–Siéntate –ordenó él y la ayudó a incorporarse y a desvestirse del todo.

El movimiento hizo que la penetrara más, tanto que él estuvo a punto de llegar al clímax.

–Una cosa –dijo ella, sacándolo de su ensimismamiento–. ¿Crees que puedo intentar eso del multiorgasmo o tengo que ensayar más?

–Diablos, Paula… –musitó él, rindiéndose a los brazos del éxtasis. Volcó su semilla dentro de ella y se quedó inmóvil.

–Me gusta saber que me deseas –comentó ella, acariciándole la espalda.

–Lo siento –murmuró él. Sabía que ella no había llegado al orgasmo.

–¿Por qué?

–Por ser egoísta.

–Eres el hombre menos egoísta que conozco –aseguró ella, soltando una risita–. Lo que pasa es que te vuelvo loco y no puedes evitarlo –añadió, triunfal.

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