lunes, 7 de enero de 2019

Rendición: Capítulo 55

–Tenías mucha imaginación.

–Era incorregible.

Las dos mujeres se abrazaron y, durante un instante fugaz, Pedro recordó la imagen de su madre dándole las buenas noches. Era un recuerdo hermoso. Feliz. Pero no había tenido tiempo de disfrutar de su madre. Al pensar en Paula, se le encogió el corazón. La mujer que estaba tendida tenía poco tiempo de vida. Podía morir el día siguiente o dentro de una semana. Y no había nada que se pudiera hacer. La señora Chaves levantó la vista hacia él.

–¿Es este el médico? –le preguntó a su hija en voz baja.

–Sí. En el rodaje piensan que es mi novio –repuso Paula–. Nadie sospecha nada. Por suerte, he tenido muy buena salud.

Su madre asintió, sin quitarle los ojos de encima a Pedro. Él se encogió.

–¿Puedes ir al quiosco y traerme el último número de People? – le pidió su madre a Paula–. Una de las enfermeras dice que salen fotos tuyas. Mientras, Pedro y yo podemos charlar y conocernos mejor.

Paula titubeó.

–Vete, Paula –ordenó su madre con autoridad–. Prometo no contarle tus secretos embarazosos.

–Ya conozco algunos –señaló Pedro, riendo.

Paula se puso en pie y se dirigió a la puerta. Pedro le acarició el brazo y se percató de que ella estaba a punto de derrumbarse.

–Estaremos bien –le susurró él.
Ella no respondió. Sus ojos estaban llenos de tristeza.

–Ahora vuelvo.

Cuando Paula hubo salido, Pedro puso una silla junto a la cama.

–No se ande con rodeos –pidió él, sentándose–. Dígame lo que le ronda la cabeza –añadió, adivinando sus intenciones.

–¿Mi hija dice la verdad? ¿Se ha curado de la malaria?

–No del todo. Podría tener recaídas durante el próximo año. Pero, desde que llegamos a Antigua, ha estado muy bien.

–Me estoy muriendo.

–Sí, señora. Ella me lo contó.

–Pero tú lo sabes de todas maneras, pues eres médico.

–No siempre pasa lo que los médicos prevén –indicó él–. Depende de las ganas de luchar que tenga el paciente, de la medicación…

–Eres un hombre inteligente. Pero se me acaba el tiempo. ¿Vas a ser tú quien se ocupe de mi niña cuando me haya ido?

La señora Chaves no se anduvo con rodeos. Pedro se sintió preso del golpe de todas sus incertidumbres.

–Paula es una mujer muy fuerte. No necesita que un hombre cuide de ella. Pero seré su amigo, sí.

–¿La amas?

–La respeto y la admiro.

–No has respondido mi pregunta. Sí o no.

–No –repuso él tras un largo silencio en que todos sus traumas lo acosaron al mismo tiempo–. No la amo. Pero juro que me ocuparé de que esté bien, pase lo que pase. Tiene usted mi palabra.

Paula se quedó petrificada al otro lado de la cortina que cubría la habitación. Cuando había salido, se había dado la vuelta para preguntarle a Pedro si quería algo. Por eso, había oído parte de la conversación. Él no la amaba. Un mar de desolación amenazó con tragársela allí mismo. Contuvo las lágrimas para no delatar su presencia. Al otro lado de la cortina, estaban las dos personas que más amaba y, antes o después, iban a dejarla sola.

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