miércoles, 2 de enero de 2019

Rendición: Capítulo 42

Pedro la miraba con ojos ardientes. Se había vestido muy elegante, con pantalones grises de lino y zapatos de cuero sin calcetines. Llevaba una chaqueta gris también, que resaltaba sus anchos hombros, y una camisa de seda color crema. Era un hombre rebosante de carisma, de clase.

–Ya estoy lista –dijo ella, forzándose a hablar.

Cuando Pedro se acercó con una sonrisa llena de seguridad, Paula se quedó sin aliento.

–Esta noche, pareces una princesa –murmuró él y le acarició los brazos, tomándola de las muñecas para mirarla de arriba abajo.

Con el corazón acelerado, ella lo miró a los ojos.

–Tú tampoco estás mal. Pareces un dios griego escapado del Olimpo. Ya veo que has ido de compras –comentó ella, posando los ojos en su traje nuevo.

–Ha sido necesario. No quería que te avergonzaras de mí – repuso él y se sacó una cajita del bolsillo–. También te he comprado algo a tí. Sé que hoy es tu cumpleaños, Paula –contestó él con una amplia sonrisa.

–¿Cómo lo has sabido?

–Una vez, abrí tu pasaporte. Sé que no debería haberlo hecho, pero tenía curiosidad por ver cuántos países habías visitado. Bastante impresionante –indicó él–. Vamos. Ábrelo.

Despacio, Paula abrió la cajita y soltó un grito de sorpresa y emoción. Era un pequeño broche con una corona, cubierto de diamantes en la base y coronado por rubíes, esmeraldas y zafiros.

–Debe de haberte costado una fortuna –comentó ella–. No sé si debo aceptarlo. Soy yo quien debería hacerte regalos a tí por el favor que me estás haciendo.

–Ponte el broche y vámonos.

–Es un regalo precioso, Pedro –afirmó y se lo prendió en el vestido. Solo un hombre como él podía haber elegido un broche tan perfecto, pensó. Pedro la conocía bien–. Me encanta, de verdad –lo besó con suavidad.

–No te estoy haciendo ningún favor –negó él de golpe–. Soy un médico cumpliendo con mis responsabilidades.

–Pensé que eras mi amigo –replicó ella.

Era cierto que, al principio, lo había buscado por su reputación profesional. Pero, en el presente, quería algo por completo diferente.

–No sé qué somos, Paula –admitió él con ojos llenos de deseo–. Ese es el problema.

Paula se enterneció al darse cuenta de que la situación lo afectaba. Eso significaba que ella le importaba. Pero Pedro Alfonso no era la clase de hombre que se pudiera manipular para que hiciera algo que él no considerara correcto. Tal vez, dependía de ella demostrarle que sí era correcto.

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