viernes, 11 de enero de 2019

Rendición: Capítulo 62

En el camino de vuelta al hotel, Paula no dijo ni una palabra, a pesar de que siempre solía charlar animadamente con Karen. Tenía la cabeza apoyada en el hombro de Pedro y los ojos cerrados. Tenía la cara blanca como la leche. Apenas tuvo fuerzas para caminar hasta la habitación y él pensó, preocupado, que su viaje a Los Ángeles le había supuesto un gasto demasiado grande de energía.

–¿Te importa pedirme una sopa mientras me ducho? –pidió ella al entrar en la suite–. Tengo el estómago un poco revuelto y no quiero comer nada más.

–Claro –afirmó él y le acarició los brazos–. ¿Quieres que te ayude?

–No seas cochino –bromeó ella, esbozando una débil sonrisa.

–Te hablo como médico. No quiero que te desmayes en la ducha –aclaro él.

–Estoy bien –dijo ella, frotándose los ojos como una niña pequeña–. Solo necesito ponerme ropa limpia, comer algo ligero y dormir.

De todos modos, cuando la oyó abrir los grifos del agua, Pedro entreabrió una rendija de la puerta del baño, pues no se fiaba mucho. Paula parecía al límite de sus fuerzas.

–¿Mejor? –preguntó él cuando la vio aparecer, vestida con unos pantalones de pijama de algodón y una camiseta de tirantes.

–Mucho mejor –contestó ella, aunque estaba temblando.

–Deja que te seque el pelo.

Que Paula no protestara era señal de lo agotada que estaba. La peinó y comenzó a secarle el pelo con el secador.

–Creo que tu talento de peluquero supera al de médico –bromeó ella con una sonrisa.

–Solo soy un aficionado –dijo él. Cuando el pelo ya no estaba húmedo, dejó el secador y la besó detrás de una oreja. Estaba muy excitado pero, por el momento, se limitaría a cuidar de ella. Odiaba verla tan delicada y frágil. Entonces, recordó la promesa que le había hecho a su madre de cuidarla. Se le encogía el corazón de pensar que Paula se quedara sola en el mundo cuando la señora Chaves muriera–. Ya está.

–Gracias.

El timbre sonó y Jacob hizo pasar al mozo del servicio de habitaciones. Después de firmarle un autógrafo al joven embelesado, Paula se sentó, probó tres cucharadas y apartó el plato.

–Lo siento, Pedro. No tengo ganas de comer. Quizá, luego. Voy a tumbarme en el sofá. La tele no me molesta, si quieres ponerla. Estoy demasiado cansada.

Cuando ella se acurrucó en el sofá y Pedro se dió cuenta de que le temblaba todo el cuerpo, tuvo un mal presentimiento. Se acercó para tocarla, pero estaba ya dormida. Y no dejaba de tiritar.

–Paula, ¿Me oyes? –llamó él, cubriéndola con una manta.

–¿Es la malaria? –preguntó ella con un hilo de voz.

–Sí –respondió él. Desde el principio, había temido que ese día llegara antes o después–. ¿Cómo te encuentras?

–Tengo mucho frío.

Pedro la tomó en sus brazos y la llevó a la cama. Se acostó a su lado, bajo las mantas. Ni siquiera el calor de su cuerpo bastó para que dejara de tiritar.

–¿P-por qué vuelve?

No hay comentarios:

Publicar un comentario