viernes, 25 de enero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 17

–Saben que estaba en las oficinas del Grupo Alfonso la noche que… la noche que asesinaron a tu padre –la voz se le quebró al pronunciar las últimas palabras, y Pedro vió dolor en sus ojos.

–¿Estabas allí esa noche? –inquirió él, haciendo un esfuerzo por no alzar la voz.

–Sí –su madre apretó los dientes–. Fui a llevarle algo de cenar porque había dicho que llegaría tarde.

Pedro frunció el ceño.

–La policía no ha dicho que encontraran comida.

Su madre sacudió la cabeza.

–No la quiso, así que me la llevé de vuelta conmigo –dejó escapar un suspiro y se estremeció–. Sé que parece raro: yo llevándole la cena a la oficina. Nunca antes lo había hecho, pero estaba preocupada por tu padre porque lo veía tan distante…, como si estuviera preocupado por algo. Además, la noche anterior había estado muy brusca con él y quería que supiera que lo quería.

–Papá sabía que lo querías –la ira sacudió a Pedro al pensar en el dolor que debía haberle causado a su madre el descubrir que durante años había habido otra mujer–. De hecho yo diría que no te merecía.

Los ojos de su madre se llenaron de lágrimas, pero logró contenerlas.

–Lo echo de menos, a pesar de todo.

–Es normal –Pedro le tomó las manos. Estaban frías, y se las apretó para intentar calentárselas un poco–. Y sobre lo de esa noche… el que le llevaras la cena a la oficina no te convierte en una asesina.

–No, pero sí en sospechosa de asesinato.

Pedro frunció el ceño. Allí había algo que no encajaba.

–¿Pero cómo sabe la policía que estuviste allí?

Los guardas de seguridad no se molestaban siquiera en apuntar a los miembros de la familia que entraban y salían. El edificio era de ellos, al fin y al cabo.

–Alguien me vió.

–¿Quién?


¿Qué clase de persona sería capaz de señalar a su madre con el dedo por haber estado en la escena del crimen? Su madre vaciló y apartó la vista.

–¿Acaso importa? La verdad es que ni siquiera recuerdo haberme encontrado con nadie esa noche, pero sí es cierto que estuve allí.

–De todos modos es absurdo que te acusen. No tenías ningún motivo para matar a papá. Tú, igual que el resto de nosotros, ignorabas que tuviese otra mujer y otros hijos en otro lugar –aquellas palabras le dejaron a Pedro un regusto amargo en la boca.

Su madre apartó las manos y las bajó a su regazo.

–Tengo que confesarte algo, hijo.

Pedro abrió mucho los ojos.

–¿El qué?

El estómago le dio un vuelco. ¿Iba a admitir que había matado a su padre?

–Sí que sabía lo de la otra mujer, lo de Alicia –respondió su madre muy calmada–. Lo sabía desde hacía varios años. Un día, buscando una calculadora en el escritorio de tu padre, encontré un esbozo previo del testamento en un cajón.

Pedro tragó saliva.

–¿Y por qué no nos dijiste nada?

–Tu padre y yo tuvimos unas palabras, pero me convenció de que me quedara con él por el bien de la familia. Su reputación, la compañía… ya sabes lo importante que era todo eso para él. Y para mí también.

Pedro parpadeó, incapaz de dar crédito a lo que estaba oyendo.

–Cenábamos todos juntos, semana tras semana… ¿Y en todo ese tiempo no le dijiste una palabra a nadie?

Su madre bajó la cabeza.

–Tu padre y yo llevábamos muchos años casados; habíamos compartido mucho en todo ese tiempo. Quizá demasiado como para tirarlo por la borda por un romance que había empezado antes incluso de que tú nacieras.

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