miércoles, 16 de enero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 4

–Todos estamos muy tensos y ahora más que nunca tenemos que mantenernos unidos y trabajar juntos para salir del bache – respondió pasándose una mano por el cabello–. Pensé que lo último que querrías sería que uno de tus principales empleados dimitiera, porque eso no haría sino empeorar las cosas.

–Tienes razón, como siempre, mi preciosa Paula.

Ella lo miró con unos ojos como platos. Era obvio que el whisky se le estaba subiendo a la cabeza, pero no pudo evitar que una ráfaga de calor le aflorara en el vientre al oír esas palabras.

–Lo más importante en este momento es que encuentren al asesino de tu padre –dijo intentando distraerse de la ardiente mirada de Pedro–. Así tu madre dejará de estar bajo sospecha.

–He contratado a un detective privado –comentó Pedro bajando la vista al vaso–. Le he dicho que le pagaré las veinticuatro horas del día y que no ceje hasta dar con la verdad –alzó de nuevo la vista hacia ella–. Y, lógicamente, le he pedido que empiece por investigar a los hermanos Sosa.

Paula asintió. Lucas Sosa parecía la clase de hombre ansioso por tomarse la revancha por haber sido el hijo bastardo y no reconocido todos esos años. Claro que tal vez su opinión de él estuviese influenciada por la injusticia que Horacio Alfonso había cometido con su hijo Pedro en el testamento. No conocía a Lucas ni tampoco a Andrés, su hermanastro.

–Debe enfadarles que tu padre los mantuviera en secreto todos estos años.

–Sí, sin duda estarán resentidos –Pedro volvió a sentarse en el sofá–. Estoy empezando a sentirlo en mis propias carnes. Y sospecho que mi madre también, aunque a veces me pregunto si no lo sabría ya –añadió sacudiendo la cabeza–. No pareció chocarle tanto como alresto de nosotros el descubrir que mi padre había tenido otra familia.

Paula tragó saliva. Si había tenido conocimiento de la infidelidad de su marido, desde luego Ana Alfonso habría tenido motivos para el asesinato. Y la había visto allí, en el edificio de oficinas del Grupo Alfonso, la noche del asesinato. Apartó aquel pensamiento de su mente. Era imposible que una mujer tan encantadora como aquella pudiera disparar a otro ser humano, aunque fuera un marido que la engañaba.

–Deja que te sirva otro poco –dijo inclinándose para rellenarle el vaso.

El líquido se agitó con violencia en el interior de la botella cuando de pronto el fuerte brazo de él la asió por la cintura y la hizo sentarse a su lado en el sofá. Brooke dejó escapar un gritito.

–Gracias, Paula. Supongo que necesitaba desahogarme y hablar de todo esto con alguien.

El brazo de Pedro le rodeó de pronto los hombros. Brooke apenas podía respirar, y cada vez que inspiraba el olor de su colonia la hacía sentirse mareada y los latidos de su corazón se aceleraban.

Pedro le arrebató la botella y la puso en el suelo junto con su vaso. Luego le posó la mano en el muslo, y Paula notó su calidez a través incluso del tejido de la falda. El corazón parecía que fuera a salírsele del pecho cuando él  se giró hacia ella y se quedó mirándola fijamente.

–Nunca me había dado cuenta de lo verdes que son tus ojos.

Paula se contuvo para no ponerlos en blanco. ¿Con cuántas mujeres habría utilizado esa frase?

–Hay quien piensa que son pardos.

–Pues se equivocan –respondió él muy serio–. Claro que últimamente estoy empezando a darme cuenta de que la gente se equivoca con frecuencia –bajó la vista a los labios de Paula, que se entreabrieron de forma inconsciente antes de que volviera a cerrarlos– . Y yo mismo estoy empezando a cuestionarme muchas de mis convicciones.

–A veces eso es bueno –contestó ella en un tono quedo. Estar sentada tan cerca de R. J. era un peligro, pensó, sintiendo cómo un cosquilleo le recorría el cuerpo.

–Supongo –Pedro frunció el ceño–, pero eso no hace que la vida sea más fácil.

–A veces los desafíos nos hacen más fuertes –murmuró ella.

Resultaba difícil articular pensamientos coherentes con un brazo de Pedro rodeándole los hombros y la mano del otro en la rodilla. Una parte de ella quería huir, pero la otra se moría por echarle los brazos al cuello y…

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