miércoles, 30 de enero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 22

–Estupendo, pues vamos a la cocina. Antes de venir llamé a los guardeses y les pedí que llenaran la nevera con comida preparada de mi delicatessen preferido, Franco Deleon. Así no tenemos que preocuparnos de cocinar.

La cocina también estaba amueblada con un estilo rústico, y cuando Pedro abrió la nevera, tal y como había dicho, había de todo.

–Veamos qué tenemos por aquí –murmuró echando un vistazo–. Arroz con marisco, salmón ahumado, tallarines con verduras, macarrones con queso, ensalada, costillas de cerdo, una tabla de quesos… ¿Por dónde quieres que empecemos?

A Paula se le estaba haciendo la boca agua.

–Suena todo delicioso. ¿Qué te apetece a tí?

La mirada en los ojos azules de Pedro no podía ser más elocuente. Paula notó que se le endurecían los pezones, y sonrió nerviosa.

–Decide tú –le dijo él.
–¡Ajá!, un desafío…

Paula sabía que a Pedro le gustaba la gente capaz de tomar decisiones.

–De acuerdo. Pues entonces… tallarines, costillas y ensalada.

–Me parece bien.

Pedro sacó los envases de la nevera, y mientras Paula ponía las costillas en el horno para calentarlas, él sacó platos del aparador y sacó también una botella de vino blanco de la nevera.

–¿Has mirado ya en los cajones? –le preguntó Paula.

Él, que estaba descorchando la botella, alzó la vista.

–¿Qué cajones?

–Me refiero a lo que mencionaste antes de la carta de tu padre.

Quizá era demasiado personal, pensó Paula. Probablemente quería buscar él solo aquello que su padre le había dejado en un cajón de la casa. Pedro volvió a bajar la vista a la botella.

–No sé si estoy preparado. Todavía no puedo creer que mi padre ya no esté.

–No puedo ni imaginar lo duro que debe haber sido para tí – murmuró Paula.

–Todavía sigo teniendo la sensación de que va a aparecer de repente al doblar una esquina y me va a decir riendo que no ha sido más que una broma pesada.

El fuerte ruido del corcho hizo que Paula diera un respingo.

–Estoy segura de que está orgulloso de tí por cómo estás llevando todo esto.

Pedro asintió.

–Imagino que ahora estará observándome desde donde quiera que esté –murmuró mientras les servía una copa a ambos–. Me alegra haber venido. Llevaba mucho tiempo queriendo venir, pero no sabía cómo me sentiría.

Paula tomó la copa que le tendió.

–¿Y cómo te sientes?

–Pues… la verdad es que bien. Este lugar sigue igual que siempre: tan tranquilo, tan perfecto para escapar de la realidad…

–¿Crees que uno puede escapar de verdad de la realidad? – inquirió ella pensativa.

–Claro que sí –respondió él con una sonrisa–. La metes en un cajón y te olvidas.

–Eso no suena al Pedro que conozco.

Él se rió.

–No, supongo que no. Bueno, a lo mejor es que estoy intentando cambiar.

–Pues yo no creo que tengas que cambiar –le dijo ella con sinceridad–. Eres honrado y siempre vas de frente. Afrontas las cosas sin andarte por las ramas, y tampoco intentas agradar a la gente.

–Pero precisamente por mi franqueza más de una vez he sido muy brusco contigo cuando no lo merecías.

–Prefiero que me digas lo que piensas a tener que adivinarlo.

–Supongo que es algo que heredé de mi padre –de pronto el rostro de Pedro se ensombreció–. O así era como lo veía yo. Era franco hasta el punto de resultar brusco, y nunca dudé de lo que me dijo –bajó la vista a su copa–. Solo ahora me doy cuenta de que debí recelar de lo que no me dijo. Tal vez nunca llegue uno a conocer a nadie de verdad.

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