Pedro le trajo el caldo y la observó mientras comía, sentado en una silla a su lado. Por suerte, Paula pudo terminárselo, cucharada a cucharada.
–He hablado con Rafael –informó él de golpe–. Le dije que lo peor de tu enfermedad ya había pasado, pero que necesitabas descansar mañana. Me dijo que podías incorporarte pasado mañana.
Paula asintió.
–Tienes muy mal aspecto –comentó ella, tras contemplarlo un rato.
–Cuando duerma, estaré mejor.
–Yo me siento débil y tú estás agotado de cuidarme. ¿Por qué no nos acostamos ya?
Con el corazón encogido, Paula notó que él titubeaba.
–Esta noche, dormiré en el sofá, para no molestarte –afirmó él al fin.
–La cama es muy grande –insistió ella.
Entonces, recordó lo que Pedro le había dicho a su madre. No la amaba. Ni siquiera le tenía el cariño suficiente para dormir con ella. Era un hombre demasiado duro, sin ninguna debilidad.
–Descansa, Paula. Estaré en la otra habitación, si me necesitas.
Al día siguiente, Paula apenas vió a Pedro. Tras darse una ducha y dormir un par de siestas, se sentía mejor, lista para seguir trabajando. Durante varias jornadas, compartieron la suite como dos extraños, durmiendo en camas separadas. Al fin, terminó el rodaje. La fiesta de despedida iba a ser el viernes, antes de que todo el mundo se fuera el sábado.
El viernes por la tarde, Paula se dirigió a la playa, sumida en sus recuerdos. A pesar de todo lo que había pasado, sus días con Pedro habían sido idílicos. Como si lo hubiera conjurado con sus pensamientos, él apareció allí. Iba vestido con traje de chaqueta, impecable.
–Todavía es pronto para la fiesta –comentó ella.
–Tengo que irme a casa, Paula –informó él con los ojos puestos en el horizonte.
–¿Te vas? No entiendo. ¿Por qué tanta prisa?
–No tengo prisa –repuso él con gesto impenetrable–. Llevo mucho tiempo fuera. Mi trabajo me espera.
–Pero… –balbuceó ella y se detuvo–. Pensé que te quedarías hasta el final.
–Esto es el final –afirmó él y la besó en los labios con rapidez–. Adiós, princesa.
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