viernes, 4 de enero de 2019

Rendición: Capítulo 49

Ella gritó de placer. Él la tumbó de medio lado para bajarle la cremallera. Luego, la levantó como si fuera una muñeca y la despojó de la ropa, dejándola solo con un tanga.

–Para, Pedro, por favor. Yo también quiero verte –pidió ella, tapándose los pechos con las manos.

Él se quedó paralizado, como un animal salvaje que oliera el peligro. Ella comenzó a quitarle la camisa y, entre un embrollo de brazos, entre los dos consiguieron desnudarlo.

Ver a su Alfonso desnudo era, al mismo tiempo, impresionante y sobrecogedor. Era bello como una estatua clásica, con el pecho fuerte, hombros anchos, músculos perfectos. Y una erección inconmensurable. ¿Era posible que un hombre que llevaba cinco años sin tener sexo fuera suave y gentil? Él le agarró los pechos, mientras la luz de la luna bañaba sus cuerpos con una luz etérea.

–Pareces una sirena –dijo él, apartándole el pelo de la cara con una sonrisa–. No pareces real.

Durante un instante, a Paula le asaltaron recuerdos de la historia de la pobre Daniela, pero intentó dejarlos a un lado. Pedro estaba allí con ella. Solo eso importaba. Sintiéndose al mismo tiempo valiente y tímida, le rodeó la erección con ambas manos, acariciándola con suavidad hacia arriba y hacia abajo. Pedro echó la cabeza hacia atrás y se quedó rígido, como si lo estuvieran atormentando en un potro de tortura.

–Paula…

Susurrando el nombre de él, Paula siguió acariciándolo. De pronto, él gritó, llegando al orgasmo con fuerza.

–Paula, oh, Paula.

Sin saber qué hacer, ella lo abrazó y se acurrucó en su pecho. Ver cómo un hombre tan poderoso temblaba a su merced la preocupaba. ¿Se pondría furioso con ella cuando saliera el sol? ¿La odiaría por haber destruido su autocontrol? Paula ansiaba que la poseyera, pero ya no quería tomar la iniciativa. Algo había cambiado entre ellos. Algo inmenso e innombrable que la asustaba y la emocionaba. Pedro le acarició el pelo, poco a poco recuperando la respiración.

–Perdóname, princesa. Lo haré mejor a partir de ahora, lo prometo –se disculpó él y soltó una carcajada–. Aunque, si te dijo la verdad, ha sido mejor así. Quiero tomarme mi tiempo contigo.

–Promesas, promesas –se burló ella. En el fondo, sin embargo, sus palabras la calaban muy hondo.

Pedro se enderezó y, nada más mirarlo, ella supo que, a pesar de haber llegado el orgasmo hacía minutos, estaba listo para empezar otra vez.

–Me has embrujado –dijo él, besándola con frenesí–. Ya no sé quién soy…

Paula lo miró a los ojos.

–Necesito que me hagas el amor, Pedro, más de lo que necesito el aire que respiro. Solo placer. Como me has prometido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario