lunes, 7 de enero de 2019

Rendición: Capítulo 53

Trató de digerir lo que había pasado la noche anterior. Pedro la estaba abrazando con fuerza. Los dos estaban desnudos, pero él la había cubierto el torso con su chaqueta. Ella tenía las piernas y los pies helados, sin embargo, las partes de su cuerpo que estaban en contacto con él le ardían. Una agradable sensación de dolor le recordó los momentos de pasión que habían compartido. Sin embargo, una pena inmensa la invadía. No podía ignorar la verdad, ni transformarla en un final feliz al estilo de Hollywood. Estaba enamorada de un hombre que había enterrado su corazón junto con su prometida muerta. Las cosas iban a ser mucho peores que antes. Había descubierto el indescriptible gozo de tener sexo con él, de escucharlo gemir su nombre mientras llegaba al orgasmo. Acariciándole la espalda, pensó que esa podía ser la última vez que la abrazara de esa manera. Era el tipo de hombre que no toleraba fallos, ni en sí mismo ni en los demás. Y, a pesar de que en medio de la pasión había asegurado no lamentar lo que habían hecho, tal vez, a la luz del día, cambiaría de idea. Si era así, debía aprovechar hasta el último momento, se dijo Paula. Lo tumbó de espaldas con cuidado y, aunque gruñó un poco, él no se despertó. Lo acarició despacio, descubriendo maravillada cómo se hinchaba bajo su mano. Era un ser hermoso, cálido y lleno de vida. Ella se quitó la chaqueta, se subió encima de él y se colocó sobre su erección. Poco a poco, fue bajando sobre ella. Pedro gimió y le agarró de los glúteos. Abrió los ojos.

–¿Paula?

–Espero que no te importe –dijo ella con tono provocativo y lo besó.

–Claro que no –repuso él y levantó las caderas para penetrarla en profundidad.

Entonces, aunque ella había tomado la iniciativa, fue él quien tomó el control. La hizo enderezarse. Él se sentó, agarrándola de laespalda y besándole los pechos. Le mordisqueó los pezones, haciéndola temblar de placer. Luego, encontró su clítoris con un dedo y la estimuló, lanzándola a los brazos del éxtasis. Sin la ansiedad y las molestias de la primera vez, fue interminable, impresionante. Apenas consciente de lo que pasaba a su alrededor, notó que Pedro se estremecía y su miembro se descargaba dentro de ella.

–Cielo santo, doctor –musitó ella, derrumbándose encima de él–. Eres todo un hombre.

La manta estaba húmeda y pegajosa. La noche había sido muy húmeda. Paula tuvo frío al tumbarse de nuevo. De pronto, cayó en la cuenta de algo.

–Pedro –llamó ella con urgencia–. Levanta. Tengo que volver al rodaje. Ay, madre. No me gusta llegar tarde. Vamos.

–Qué… –murmuró él, incorporándose. Se miró el reloj y maldijo–. Es culpa mía. Debí haber puesto la alarma.

Temblando, Paula se puso el vestido y se pasó los dedos por el pelo.

–Igual no pasa nada. Están filmando en el puerto. Puede que el director empiece haciendo tomas de los barcos y los marineros. Tal vez no le importe tanto que yo no esté.

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