lunes, 21 de enero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 11

–Estoy segura de que pronto la dejarán libre –dijo.

–Mi madre siempre ha sido el pilar que sostiene a nuestra familia. Estoy intentando que nos mantengamos unidos, pero la verdad es que todos estamos tensos y preocupados.

–No sabes cómo te envidio por tener hermanos. Debe ser estupendo poder contar con alguien cercano además de tus padres cuando necesitas comprensión o apoyo.

–O con quien reñir –apuntó él con una sonrisa divertida–. Aunque nos llevamos muy bien, también discutimos. Quizá no tanto ahora que todos somos mayores, pero cuando éramos niños…

–Yo nunca he tenido a un hermano con el que pelearme, y creo que me habría venido bien. Estoy segura de que las peleas entre hermanos te enseñan a negociar con la gente.

Pedro se rió.

–¿Estás diciendo que aprendí a hacer negocios peleándome con mi hermano por el coche teledirigido que compartíamos?

–Posiblemente –Paula tomó un sorbo de champán y una sonrisa se le dibujó en los labios. Parecía que el haber cambiado de tema lo había hecho relajarse un poco–. Cuanto menos creo que puede decirse que las vivencias que compartisteis de niños han hecho que sigan muy unidos ahora que son adultos. Igual que con tus hermanas.

Pedro suspiró.

–Creía que éramos la familia perfecta, pero ahora todo el mundo sabe que eso no era más que una ilusión.

–Ninguna familia es perfecta, pero a mí me parece que ustedes se quieren y que son como una piña, a pesar de lo que ha pasado. El camarero se acercó para dejarles en la mesa unos aperitivos –aceitunas y calamares a la romana con salsa de tomates verdes–, y se marchó.

–Estoy seguro de que superaremos esto –dijo Pedro–. Lo que tenemos que hacer es concentrarnos en lo que nos hace fuertes, no en lo que amenaza con destrozarnos. Y de algún modo has conseguido desviar la conversación de tí –añadió enarcando una ceja– . Para mí eres un misterio, Paula. Dime, ¿Qué sueles hacer en tu tiempo libre?

Ella se encogió de hombros. Le habría gustado decir que tomaba lecciones de flamenco o que la invitaban a fiestas, pero nunca se le había dado bien mentir. Una o dos veces al mes invitaba a sus amigos a casa, pero la verdad era que lo que más valoraba era la paz y tranquilidad de su «santuario» después de un largo día de trabajo.

–Leo mucho –pinchó una anilla de calamar con el tenedor y lo mojó en la salsa–. Supongo que no suena demasiado emocionante, ¿No?

–Bueno, depende de si los libros que lees son buenos o no. A veces pienso que yo también debería sacar tiempo para hacer cosas así, tranquilas, para relajarme.

Paula se rió.

–No te imagino sentado el tiempo suficiente como para leer un libro.

–Bueno, precisamente por eso quizá debería leer más a menudo –apuntó él–. Al menos una vez al mes solía ir con mi padre de caza a una cabaña de su propiedad en la montaña; nos servía a los dos para recargar las pilas. No he vuelto a ir por allí desde su muerte, aunque me la legó en su testamento y ahora es mía.

Su rostro se ensombreció de nuevo, y Paula supo lo que estaba pensando: el mismo testamento por el que su padre prácticamente le había legado la mitad de la compañía a Lucas Sosa, su hijo ilegítimo.

–¿Y por qué no has vuelto a ir? –inquirió.

Él se encogió de hombros.

–Nunca he ido sin mi padre. No me imagino yendo solo, y no se me ocurre nadie con quien ir –de pronto su expresión cambió y la miró abriendo mucho los ojos–. Tú. Tú podrías venir conmigo.

–¿Yo? No, no creo que sea buena idea.

Paula se movió incómoda en su asiento. Aún no había terminado su primera cita… ¿Y ya estaba invitándola a ir con él a una cabaña? Y seguramente querría acostarse con ella cuando solo se habían besado una vez. El corazón le latía como loco en el pecho, mezcla de temor y de excitación. El rostro de Pedro se iluminó.

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