viernes, 4 de enero de 2019

Rendición: Capítulo 48

–¿Tus amigos sabían la verdad?

–Nadie lo sabía. Yo pasaba mucho tiempo solo. Aunque era el típico adolescente deseando acostarse con chicas, las que conocía eran tan tontas que no podía soportarlas, ni siquiera para llevarlas a la cama. Entonces, conocí a Daniela –continuó él.

–¿Daniela? –preguntó ella con el estómago encogido.

–La compañera de la que te hablé. La que murió. Era mi prometida. Nos conocimos en la carrera y nos enamoramos de inmediato. Hacíamos el amor a todas horas del día y de la noche, pero ambos estábamos centrados en nuestro objetivo. Queríamos doctorarnos. Y lo conseguimos. Cuando llevábamos el tiempo suficiente para saber que lo que sentíamos era amor, le pedí que se casara conmigo y le regalé un anillo. Empezamos a planear la boda para el mes siguiente a que nos licenciáramos.

Paula no quería seguir escuchando, pero Pedro parecía incapaz de parar. Ella hundió la cabeza en las rodillas, para no ver su rostro lleno de angustia.

–Cuando murió, me volví loco. Si hubiera tenido una infancia normal, habría sido distinto. Pero me sentí como si lo hubiera perdido todo. Primero, mi madre, luego, mi mejor amigo. Y Daniela. La práctica de la medicina fue lo único que me hizo salir adelante.

–¿Cuándo murió?

–Hace cinco años, tres meses y veintiséis días –repuso él–. Acepté ayudarte porque no quería volver a sentir la misma impotencia nunca más. Necesitaba poder hacer algo por tí, a pesar de haberle fallado a Daniela.

–¿Por qué me cuentas esto?

–Daniela fue mi primer y último amor –afirmó él–. Mi primera y última amante –añadió con expresión sombría–. No puedo volver a amar así a ninguna otra mujer. Por eso, he elegido ser célibe. No quiero romperle el corazón a nadie.

–¿Crees que, si hacemos el amor, me enamoraré de tí?

–Espero que no. Te pido que no corras el riesgo, de todos modos. Perdona si te parezco arrogante. Sé que tienes mucha experiencia con los hombres, así que puede ser que sea yo quien corra el riesgo de enamorarme.

Sin duda, Pedro seguía enamorado de su antigua prometida. Eso explicaba por qué había sido tan reticente a acostarse con ella, caviló Paula. Incluso así, ella lo deseaba. Y estaba dispuesta a aceptar lo que él quisiera darle, aunque fueran solo las migajas de su corazón. Quizá ella podría hacer que la amara. Con el corazón acelerado, se inclinó sobre él.

–Me doy por avisada. Ahora, bésame, Pedro Alfonso.

Sus caras estaban casi pegadas. Pero él no se movió. Fue ella quien se acercó.

–Eres un hombre guapo, sexy y fuerte. Estoy dispuesta a tomar lo que quieras darme.

Pedro dejó escapar un gemido atormentado. Se colocó encima de ella, separándole los muslos con su pierna.

–Me preocupo por tí, Paula.

Aunque sus palabras le dolían, pues demostraban que no la amaba, ella trató de ignorarlas.

–Demuéstramelo.

–Adoro tus pechos –dijo él, quitándole los tirantes y bajándole el vestido sin previo aviso. Comenzó a devorarle la piel desnuda con la boca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario