miércoles, 9 de enero de 2019

Rendición: Capítulo 58

Pedro se despertó en medio de la noche, desorientado, con el corazón acelerado. Estaba tumbado sobre las sábanas, vestido. Miró la hora en su teléfono. Eran las tres y media de la madrugada. Entonces, de pronto, se dió cuenta de lo que lo había despertado. Paula estaba llorando. Se acercó a ella.

–¿Paula? Tranquila. Estoy aquí –la consoló él y la abrazó–. Todo va a ir bien.

Pedro tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba llorando dormida. La sacudió con cuidado, para despertarla de su pesadilla.

–Despierta, princesa.

Al fin, Paula se movió. Él quiso encender la luz para poder ver su cara, pero temía que a ella le hiciera daño a los ojos. Le acarició el pelo.

–¿Estás despierta?

Ella enterró la cabeza en su pecho y asintió. Al abrazarla así, el cuerpo de Pedro reaccionó de forma inevitable. No podía estar cerca de ella y no desearla, sobre todo, cuando ya sabía cómo era sumergirse en su cálido interior. Sin embargo, no era momento para la lujuria, se reprendió a sí mismo. Ella necesitaba un amigo, no un amante. Aunque ella parecía opinar lo contrario, porque le rodeó el miembro erecto con la mano.

–Hazme el amor, Pedro –susurró ella–. Para hacerme olvidar.

–Deja que te abrace nada más –pidió él y, con suavidad, le apartó la mano–. Ha sido un día muy duro.

–Lo siento –dijo ella de forma abrupta, poniéndose tensa–. No debería haber asumido…

¿Qué diablos estaría pasando por su cabeza? Frustrado y excitado, Pedro encendió la luz.

–¿Qué quieres decir? –preguntó él.

Ella se sentó y lo miró, abrazándose de la cintura. Hondas ojeras pintaban su cara. La enorme camiseta que se había puesto para dormir le resultó a Pedro tan sexy como el más atrevido de los saltos de cama.

–Soy nueva en esto del sexo. No debí asumir que íbamos a seguir haciéndolo. Lo nuestro no es una relación, ¿Verdad? ¿Cómo podemos llamar a lo que pasó? Fue solo un polvo de una noche, ¿No es eso?

Él parecía enfadado.

–¿Quieres hacerme perder los nervios? –preguntó él con la mandíbula tensa.

–No sabía que un hombre de tu inteligencia pudiera perder los nervios –comentó ella, encogiéndose de hombros.

–Si quieres tener una pelea, Paula, dímelo. Haré cualquier cosa que necesites para sentirte mejor.

–No me trates como si fuera una niña –protestó ella–. Y no me mientas.

–Me han llamado muchas cosas en mi vida, pero nunca mentiroso –repuso él, rojo de furia–. ¿Puedes elucidarlo?

–¡Deja de usar palabras que no entiendo! –le gritó ella–. Ya sabes que solo acabé el instituto.

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