lunes, 14 de enero de 2019

Rendición: Capítulo 67

–¿Qué quieres de mí? ¿Es una cuestión de honor, por haberme desflorado?

–Lo es, para mí –aseguró él y le tomó los brazos, acariciándoselos–. Te quiero, Paula.

Tras un instante de titubeo, Paula se armó de valor para apartarse.

–Como ya te he dicho, haces fatal de novio. Mi madre acaba de morir. No es buen momento –le reprendió ella–. Lo dices porque te sientes culpable. Pero no te preocupes, lo superarás.

Pedro volvió a acercarse, con determinación.

–Sé que soy un idiota y que no es buen momento. Aun así, tienes que creerme, Paula. Te amo. Para mal o para bien. No pienso dejarte. Y, menos, hoy.

Paula quería lanzarse a sus brazos y llorar en su hombro. Pero sabía que estaba sola en el mundo y tenía que protegerse.

–Como quieras. Salimos para el funeral a las cinco. Estaré en mi cuarto, descansando.

Pedro comprendió que le había hecho mucho daño. Por primera vez en su vida, él no sabía qué hacer. Lo único que sabía era que ella era su única razón para vivir. Y, mientras le quedara aliento, haría todo lo posible por protegerla.

Paula salió de su cuarto a las cinco menos diez con un traje de chaqueta impecable de Chanel, color negro, y el pelo recogido en un moño. Se había puesto tacones y unas enormes gafas de sol. Estaba hermosa y distante. La estrella de cine estaba lista. Salieron juntos y entraron en la limusina que el estudio de grabación le había enviado a Paula, junto con un gigantesco ramo de flores. Ella lo ignoró durante cuarenta y cinco minutos y Pedro no quiso interrumpir su silencio, ni hacer nada que pudiera molestarla. El lugar donde se celebraba el funeral estaba lleno de amigos y conocidos de ella y su madre. Fueron dos horas interminables, en las que él no se separó más que para llevarle un vaso de agua. Ella no se lo presentó a nadie, actuando como si fuera invisible. Cuando el coche fúnebre iba a salir hacia la capilla, Paula respiró hondo. Pedro le puso la mano en la espalda para darle ánimos.

–Puedes hacerlo, princesa. Estoy orgulloso de tí.

Entraron y se sentaron juntos en los bancos de la primera fila. La misa empezó. Una famosa cantante entonó una hermosa melodía. Cuando el sacerdote terminó, las luces se hicieron más suaves y una pantalla de vídeo bajó del techo con el rostro de la señora Chaves.

–Muchos de ustedes trabajan en el mundo del celuloide. Por desgracia, la vida real no es tan fácil de manipular –comenzó a decir la imagen grabada de la difunta–. Todos experimentamos momentos dolorosos. Yo nunca me he sentido desafortunada. Mi vida ha estado llena de bendiciones y la mayor de ellas es mi hija Paula. Te quiero, ángel mío –continuó el vídeo–. A todos ustedes, quiero transmitirles la lección que he aprendido. La familia es lo más importante y, aunque hay familias de distintos tipos y tamaños, hay que estar al lado de los seres queridos. Nunca se sabe cuánto vamos a vivir. No dejen que la amargura, la envidia y las penas del pasado definan vuestro presente. Cuiden de aquellos que los aman y den gracias.

La pantalla se quedó en blanco. Cuando Paula se puso en pie, Pedro se dió cuenta de que le temblaban las rodillas.

–Gracias por haber venido –dijo ella a los asistentes–. Ha significado mucho para mí –añadió. Entonces, le tendió la mano a Pedro–. Sácame de aquí… por favor –le susurró.

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