miércoles, 16 de enero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 3

–Lo siento muchísimo –fue lo que le salió. ¿Qué otra cosa podría decir?–. Estoy segura de que te quería. Se le notaba en cómo te miraba –tragó saliva–. Seguro que habría querido que las cosas hubiesen sido distintas, o al menos poder habértelo dicho antes de morir.

–Tuvo tiempo más que de sobra. ¡Tengo treinta y seis años, por amor de Dios! ¿A qué estaba esperando?, ¿A que cumpliera los cincuenta? –Pedro se levantó con la copa en la mano y se puso a andar arriba y abajo mientras seguía hablando–. Eso es lo que más me duele, que no fuera capaz de hablar con confianza conmigo. Después de todo el tiempo que pasamos juntos de pesca, de caza, paseando por el bosque… Hablábamos de todo, pero nunca fue capaz de sincerarse conmigo y decirme que estaba viviendo envuelto en mentiras –se aflojó la corbata y se desabrochó el primer botón de la camisa.

–Pues a mí me parece que estás haciendo una gran labor manteniendo unida a tu familia y la compañía a flote.

Pedro soltó una carcajada áspera.

–¡A flote! Sería irónico que una compañía mercante no pudiese mantenerse a flote y acabase hundiéndose, ¿No? Aunque con todos los clientes que estamos perdiendo acabaremos hundiéndonos si no conseguimos darle la vuelta a la situación antes de que acabe el año. Por cada cliente nuevo que Federico nos consigue perdemos a dos antiguos. Y lo peor es que ni siquiera tengo libertad para cambiar el rumbo porque mi padre, en su infinita sabiduría, tuvo la genial idea de darle a su hijo ilegítimo un cuarenta y cinco por ciento de las acciones de la compañía, y a mis hermanos y a mí solo nos dejó un mísero nueve por ciento a cada uno.

Paula contrajo el rostro. Aquello parecía en efecto lo más cruel de todo. Pedro había dedicado su vida entera al servicio del Grupo Alfonso. Se había convertido en el vicedirector ejecutivo de la compañía apenas había terminado sus estudios en la universidad, y todos, incluido él, habían dado por hecho que un día sería director general y presidente. Y entonces, de repente, cuando se había celebrado la lectura del testamento de su padre, habían descubierto que prácticamente le había dejado la compañía a un hijo del que nadie había sabido nada hasta entonces.

–Supongo que lo haría porque se sentía culpable por haber mantenido en secreto la existencia de Lucas todos estos años –apuntó.

–Razones no le faltaban para sentirse culpable –masculló Pedro, deteniéndose para tomar otro trago de whisky–. El problema es que parece que no se paró a pensar en el daño que nos haría al resto con esa decisión. Ni los cinco hermanos con nuestras acciones juntas podemos conseguir un voto mayoritario. El diez por ciento restante de las acciones se lo legó a una persona misteriosa a la que no logramos encontrar. Si Lucas Sosa consigue comprarle las acciones o que vote a su favor en las juntas, será él quien tome las decisiones sobre el rumbo de la compañía, y los demás tendremos que tragar con ello o largarnos.

–¿Dejarías la compañía? –Paula no podía creer lo que estaba oyendo, y no pudo evitar preocuparse en ese momento más por la posibilidad de perder su empleo que por Pedro.

–¿Y por qué iba a querer quedarme si me convierto en una rueda más del engranaje? Mi padre no me preparó para eso, ni es lo que yo quiero –puso airado el vaso vacío sobre su escritorio–. Quizá me vaya de Charleston y no vuelva nunca.

–Cálmate, Pedro –Paula fue a servirle otro vaso de whisky–. Aún no ha pasado nada. Queda tiempo hasta la junta de accionistas, y hasta entonces todo el mundo cuenta contigo para atravesar estas aguas turbulentas.

–Me encanta tu jerga náutica –le dijo Pedro con una sonrisa socarrona mientras tomaba el vaso de su mano–. Por algo te contraté.

–Por eso y por lo rápido que tecleo.

–Por lo rápido que tecleas… ¡Anda ya! Si te lo propusieras podrías dirigir esta compañía. No solo eres organizada y eficiente; también tienes mano con las personas. Hoy, sin ir más lejos, has conseguido detenerme antes de que perdiera los estribos por completo, y te lo agradezco –añadió antes de tomar otro sorbo del vaso.

Parecía que el whisky estaba haciéndole efecto: ya no estaba furioso, y también parecía haberse atemperado su desesperación, pensó Paula. Probablemente no era un buen momento para mencionarle que se había presentado como candidata a un puesto de gerente en la compañía y había sido rechazada. Claro que no sabía si él había estado detrás de aquello o si estaba al tanto siquiera.

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