miércoles, 9 de enero de 2019

Rendición: Capítulo 60

–Sí, la verdad es que sí –admitió él, sonriendo–. Pero ahora ya estoy en mis cabales. Prepárate. Se inclinó sobre el pubis de ella, listo para rendirle homenaje.

–Oh, cielos –musitó ella.

Fueron sus últimas palabras antes de llegar al éxtasis. Pedro se dedicó a explorar cada milímetro y cada pliegue, descubriendo cómo reaccionaba el cuerpo de ella. Con sumo cuidado, le acarició el clítoris con el pulgar y el dedo índice. Con la otra mano, prestó atención a sus pechos, haciéndola estremecer. Luego, le acarició el vientre y las piernas. Cambiando de posición, le chupó los dedos de los pies. Paula gritó, retorciéndose, tratando de llevarlo adonde ella quería. Cuando parecía a punto de volverse loca, Pedro le introdujo dos dedos, tocándole el clítoris al mismo tiempo. Fue suficiente para llevarla al clímax.

–¿Pedro? –llamó ella, cuando se hubo recuperado de los últimos espasmos de placer.

–Duérmete, pequeña –le susurró él, después de una pausa, y la cubrió con el edredón– Tenemos todo el tiempo del mundo para hablar.

Tenían todo el tiempo del mundo, eso le había dicho Pedro. Sus palabras todavía resonaban en los oídos de Paula cuando se despertó. Ojalá fuera cierto, pensó. La experiencia de dormir con un hombre era nueva para ella. Él la abrazaba con fuerza, con una pierna encima de ella. Le gustaba.

–¿Es hora de ir al hospital? –preguntó él, desperezándose.

–Aún, no. Vuelve a dormirte.

–Prefiero hablar.

Vaya, iba a ser difícil escaparse de esa, pensó Paula.

–Tú primero –pidió ella, insegura.

–¿Cómo puede ser que seas virgen? –quiso saber él. Entrelazó con ella su mano–. No tiene nada que ver con la imagen que venden de tí en la prensa.

–Mi madre era y es muy protectora –admitió ella, después de una pausa y de acurrucarse en su abrazo. Cuando, con trece años, ganas en una semana más de lo que muchas familias ganan en todo un año, la vida puede ser muy confusa. Mi madre me ayudó a no salirme del buen camino.

–¿No intentaste nunca rebelarte?

–Lo habría hecho, de no ser por algo que pasó cuando tenía quince años.

–¿Qué? –inquirió él, tenso.

–Un director intentó violarme en mi camerino –contó ella, ante la mirada horrorizada de su interlocutor–. Por suerte, mi madre volvió a tiempo. Le dió una patada en los testículos y juró que llamaría a la policía si volvía a acercarse a mí.

–¿Y tú qué hiciste?

–Estaba muy asustada –recordó ella, incómoda por rememorar aquella terrible tarde–. Creo que la experiencia me traumatizó durante mucho tiempo, pero mi madre me llevó al psicólogo. Conseguí superarlo, más o menos, pero construía barreras a mi alrededor. Mi madre se esforzaba porque siempre hubiera chicos de mi edad en casa para que pudiéramos comportarnos como adolescentes normales.

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