miércoles, 16 de enero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 5

De pronto los labios de Pedro tomaron los suyos con un beso ardiente con olor a whisky que hizo que todo pensamiento abandonara su mente al instante. Paula se derritió contra él y dejó que sus manos subieran y bajaran por la camisa de Pedro, deleitándose en la firmeza de los músculos que se ocultaban debajo de ella. Las manos de él a su vez estaban acariciando la espalda de ella, provocando un cosquilleo delicioso en su piel. Los pezones se le endurecieron y una intensa ola de calor afloró en su vientre. Sintiendo el ansia de Pedro, respondió al beso con idéntica intensidad. Quería aliviar su dolor, hacer que se sintiera mejor. Los segundos pasaban, y el beso se volvió tan ardiente que Paula estaba empezando a pensar que iban a fundirse en uno cuando Pedro despegó suavemente sus labios de los de ella y se echó hacia atrás.

–Eres una mujer increíble –le dijo con un suspiro.

El corazón de Paula palpitó con fuerza y se preguntó si aquel podría ser el comienzo de una nueva fase en su relación. O tal vez estaba dejando volar demasiado su imaginación, y en adelante recordaría aquel momento como el momento en el que había destruido la carrera que con tanto esfuerzo se había labrado en el Grupo Alfonso por emborrachar a su jefe y poner en peligro su relación profesional. Una sensación de pánico se apoderó de ella. Cuando Pedro le acarició la mejilla, tuvo que luchar contra un repentino impulso de frotar su cara contra la mano de él, como un gato mimoso. Pero la cosa no terminó ahí; la mano de  Pedro descendió por su cuello, rozó la curva de un seno y bajó lentamente hasta el muslo. Volvió a atrapar sus labios de nuevo. Su ropa olía a tabaco, y junto con el olor a whisky y el olor de su colonia la mezcla resultaba embriagadora. Si hubiera podido habría permanecido así durante horas, con los brazos en torno a su cuello mientras se rendía al asalto de sus labios, pero al cabo Pedro volvió a apartarse, dejándola insatisfecha, y frunció el ceño y se pasó una mano por el cabello, como preguntándose qué estaba haciendo. De nuevo las dudas la  invadieron, como un dedo helado deslizándose por su espalda. Quizá el olor a humo no era de tabaco, sino de su carrera y su reputación chamuscándose por un momento de debilidad. El instinto la empujó a ponerse de pie, lo cual no resultó sencillo, con lo que le temblaban las rodillas.

–Quizá deberíamos irnos ya. Son más de las siete –dijo.

Pedro echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en el respaldo del sofá, y cerró los ojos.

–Estoy hecho polvo; dudo que pueda dar un solo paso.

–Te pediré un taxi –propuso Paula, que no quería que condujera con lo que había bebido.

Pedro no vivía lejos, pero no le parecía que fuese una buena idea acompañarlo andando ni llevarlo en su coche. Porque, si la invitara a pasar, no estaba segura de que fuese a ser capaz de decir no, y sabía que si eso pasaba se arrepentiría después de haber quedado como una mujer fácil.

–No te preocupes por mí, Paula. Dormiré aquí, en el sofá. Lo he hecho un montón de veces. Y si me despierto en mitad de la noche y no puedo volver a dormirme siempre puedo ponerme con todo el trabajo que tengo pendiente.

–Pero ese sofá es incomodísimo; mañana te dolerá todo.

–Estaré bien, no te preocupes –reiteró él, que ya estaba tumbándose–. Vete a casa y descansa; nos veremos mañana por la mañana.

Paula se mordió el labio. En cierto modo le dolía que la despachase de aquella manera después de los ardientes besos que habían compartido. ¿Pero qué se esperaba?, ¿que le pidiese matrimonio? Probablemente con tanto whisky hasta se había olvidado de que la había besado.

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