lunes, 14 de enero de 2019

Rendición: Capítulo 70

–No estás pensando con claridad. No puedo aprovecharme de tí en un momento como este. Considera mi proposición. Hablaremos por la mañana.

–Estoy triste –reconoció ella, levantando la barbilla–. Y estaré triste durante un tiempo. Pero, cuando estás conmigo, tengo esperanza y me siento viva. No quiero dormir sola.

Cuando una mujer se desnudaba, un hombre tenía dos opciones, pensó Pedro. Podía huir de la tentación o podía tomar lo que le ofrecían. Él estaba cansado de huir. Tras desvestirse a toda prisa, la tomó en sus brazos y la llevó al baño que había en el dormitorio. Ajustó el grifo del agua y la dejó en el suelo con cuidado. Con docilidad, ella se dejó enjabonar.

–Aprecio tu delicadeza, doctor –dijo ella, riendo, tras unos momentos–. Pero no voy a romperme. Hazme el amor.

–Lo que desees –repuso él con una gran erección y la sacó de la ducha. La secó y ella apoyó la cabeza en su pecho.

–Te amo, Pedro Alfonso.

Sus palabras le calaron muy hondo a Pedro.

–Y sí, me quiero casar contigo.

Exultante de alegría, la llevó en brazos a la cama y se tumbó con ella.

–Ahora eres mío, doctor –dijo ella, colocándose encima y sujetándole las muñecas.

Ambos gritaron de placer cuando Paula descendió sobre su erección. Comenzaron a moverse al unísono y, al fin, el clímax los hizo explotar en una interminable oleada de gozo. Ella lo besó con dulzura.

–Quiero vivir contigo en tu montaña. Puedo hacer una película al año, pero también me gustaría estudiar. ¿Qué te parece?

–No quiero entrometerme en tu profesión –repuso él, recuperando poco a poco la conciencia después de su orgasmo–. No sería justo para tí ni para el mundo.

–Puedo hacer muchas cosas a la vez, ya lo verás. ¿Y qué me dices de tener bebés?

–¿Bebés? –repitió él, invadido por una profunda alegría–. Podría dejarme convencer.

–Será la película de mi vida –dijo ella con un suspiro–. Hacer de esposa de Pedro Alfonso.




Dieciocho meses después…


Pedro Alfonsoestaba parado en la alfombra roja, rodeado de fotógrafos. A su lado, estaba su radiante esposa con un vestido largo de princesa, color rosa.

–¿Estás nerviosa? –le susurró él al oído.

Ella le dió un beso en la boca, sin preocuparse por los mirones. La habían nominado como mejor actriz, lo que no había sorprendido a nadie.

–¿Por el premio? –preguntó ella.

–Sí –afirmó Pedro, contemplándola.

Nunca se cansaba de admirar su belleza. Paula Chaves era la estrella de la fiesta. Y era suya.

–Es un honor haber sido nominada –añadió con tono profesional, y los dos intercambiaron sonrisas delante de los fotógrafos.

Al día siguiente, por una vez, las revistas del corazón publicaronla verdad: La princesa de Hollywood encuentra su final feliz.



FIN

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