viernes, 4 de enero de 2019

Rendición: Capítulo 50

Paula Chaves, desnuda y reluciente bajo la luz de la luna, temblaba entre sus brazos. Él la acarició, emocionado. Era la tentación en persona, la respuesta a todas sus plegarias, su recompensa por haber intentado siempre ser de utilidad al mundo, pensó él. Lo único que quería era complacerla, podía darle lo que le había pedido. Placer. La agarró de las caderas.

–Agárrate a mi cuello –ordenó él y se levantó con ella.

Paula le rodeó la cintura con las piernas. Apoyó la mejilla en su hombro, sin decir palabra. Pedro la llevó hacia la orilla. Apenas había olas. Se adentró con ella en el mar. Paula estaba aferrada a él. No habló hasta que el agua les llegaba a la cintura.

–¿Vas a ahogarme? –preguntó ella en tono tranquilo.

–¿Confías en mí?

–Siempre.

Una sola palabra, sencilla y sincera. Con una mano, comenzó a quitarle los pasadores del moño, dejándolos caer en el agua. El pelo de Paula quedó suelto como una cascada de oro líquido.

–Quiero que flotes. Voy a mantener una mano debajo de ti, pero tienes que dejar que te sujete –explicó él y la colocó en posición horizontal, sosteniéndola de las caderas–. Cierra los ojos.

Ella obedeció.

–¿Ahora qué? –inquirió ella con una sonrisa.

–Nada. Solo siente.

Con la mano que tenía libre, Pedro le colocó el pelo, de manera que sus mechones quedaron flotando como si fuera una verdadera sirena. Le acarició la frente, la naríz, las mejillas. Paula estaba relajada. Sus pechos blancos, coronados por pezones color frambuesa, sobresalían en la superficie. Él se excitó acariciándolos con los dedos. A continuación, encontró la única prenda que ella llevaba puesta. Un tanga de seda mojado. La tocó con suavidad y su erección creció cuando ella gimió y levantó las caderas para apretarse contra sus dedos. Pedro la sujetó con ambas manos para que no se hundiera.

–Quieta –ordenó él–. Tú no te muevas. ¿Entendido?

–Sí –musitó ella.

Pedro la tocó de nuevo. En esa ocasión, un gemido fue la única reacción de Paula. Él le apartó el tanga y jugueteó con el vello de su pubis. Encontró su centro de placer y lo acarició con mucha suavidad, apenas tocándolo. Deslizó un dedo en su interior, mientras le acariciaba el clítoris con el pulgar. Al sentir su cálido interior, Pedro se imaginó penetrándola con su sexo y se excitó más todavía.


–Quiero poder penetrarte mejor –indicó él y le abrió las piernas un poco–. Pon tus tobillos alrededor de mi espalda. Mantén los brazos estirados detrás de la cabeza.


Paula se abrió a él del todo. Era tan hermosa… Y confiaba en él. Era como una ninfa del mar, suplicándole que la poseyera.

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