lunes, 21 de enero de 2019

Amor Complicado: Capítulo 12

–Iremos este fin de semana; solos tú y yo.

–Pero es que yo no he ido de caza en mi vida –replicó ella. La sola idea de matar a un ser vivo la hacía estremecer.

–Por eso no tienes que preocuparte; tampoco tenemos por qué cazar. Mi padre y yo la mayor parte del tiempo paseábamos por el bosque con las escopetas al hombro como excusa. Hay tanta paz que casi parece un crimen romper el silencio con un disparo.

Paula sonrió.

–Me hace gracia imaginarlos paseando con la escopeta al hombro sin dispararle a nada.

–A veces íbamos a pescar y sí que pescábamos y nos comíamos los peces. Esas fueron las únicas veces que ví a mi padre sentado más de veinte minutos.

–Yo fui de pesca unas cuantas veces hace años con la familia de una amiga. Se iban junto al lago con su caravana y pasaban allí una semana cada verano. Una vez pesqué una trucha enorme.

–Estupendo –Pedro se frotó las manos entusiasmado–. Es estupendo tener un plan de fin de semana. No sé cuánto hacía que no me tomaba un descanso.

Paula no sabía qué decir. Pedro había decidido ya por ella sin preguntarle siquiera. Sabía que debía estar furiosa por su arrogancia, pero la idea de pasar un fin de semana en la montaña con él… ¿Qué mujer en su sano juicio diría que no? Ella, por supuesto. El instinto le decía que tenía que parar aquello antes de que se les fuera de las manos.

–Creo que no es una buena idea; seguro que hay alguna otra persona a la que puedas invitar. Además, tengo… cosas que hacer en casa.

–¿Te da miedo que vaya a aprovecharme de tí cuando estemos a solas en ese lugar solitario en la montaña? –inquirió él ladeando la cabeza y enarcando una ceja.

Una ola de calor inundó a Brooke ante esa idea.

–Em… sí.

–Pues haces bien en preocuparte, porque estás en lo cierto – respondió él con una sonrisa.

–Me parece que sería algo prematuro.

–Tienes razón; al fin y al cabo solo nos conocemos desde hace cinco años –apuntó él con sorna, y una nueva sonrisa hizo que aparecieran sendos hoyuelos en sus mejillas.

–Ya sabes a qué me refiero.

–Sí, sé lo que estás pensando, que un beso increíble no es suficiente para pasar juntos un fin de semana.

Paula se encogió de hombros.

–Algo así.

–¿Cuántos besos entonces? ¿Dos, tres? –los ojos de Pedro brillaban traviesos.

–Más bien en torno a cinco –respondió ella, esforzándose por contener una sonrisa.

–Cinco besos por cinco años –murmuró él pensativo–. Veremos qué se puede hacer antes de que acabe la velada.

El camarero apareció con lo que habían pedido, y el sumiller les sirvió vino blanco. Paula apenas había probado el champán, y quizá ese era el problema, pensó. Tal vez necesitaba beber un poco más para liberarse de sus inhibiciones. Claro que sin mucho alcohol, ya solo con la perspectiva de otros cuatro besos de Pedro antes de que acabase la velada se sentía algo mareada. De hecho, podía ver el brillo de una inminente victoria en los ojos de Pedro. Había visto ese brillo en sus ojos muchas veces en las reuniones de trabajo, cuando estaba seguro de que estaba a punto de cerrar un trato importante. Pedro odiaba perder, y parecía que ella era su próxima conquista. El corazón le palpitó con fuerza. Cuando él se proponía algo, nada lo detenía.

–¿Y de verdad puedes tomarte el fin de semana libre con todo lo que está pasando? –le preguntó.

Pedro enarcó una ceja.

–Precisamente por eso necesito escaparme unos días –alargó el brazo y acarició suavemente los dedos de Paula, que descansaban en la base de su copa de vino. Un escalofrío de deseo le recorrió la espalda–. Y tú eres la distracción perfecta –le dijo con voz ronca.

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