lunes, 29 de agosto de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 25

Menos  de  un  minuto  después  de  que  Valeria le  contara  la  verdad  sobre  aquella  noche  de  once  años  atrás,  el  doctor  Jover,  que  se  había  hecho  cargo  de  Paula a  su  llegada al hospital, apareció en la puerta de la sala de espera. Valeria se puso en pie.

—¿Podemos verla? Sólo unos minutos, por favor.El médico le sonrió.

—Ahora descansa tranquila. Y en cuanto a la visita, ¿Cómo podría negarle nada a una novia tan hermosa?

Julián  se  levantó  enseguida  y  apretó  a  Valeria contra  su  costado  para  dejar  claro  que aquella novia ya tenía dueño.

—Gracias. ¿En qué habitación está?

Valeria miró a Pedro, que seguía sentado.

—Vamos. Ya podemos entrar...

Él se levantó despacio; se sentía mareado. Se acercó al médico.

—¿Seguro que está bien?

El guapo doctor sonrió.

—Muy bien. Creo que ya podemos decir que está fuera de peligro.

Valeria se estremecía de impaciencia.

—Vamos, Pepe...

Pero él no quería ir. No podía verla en ese momento porque no podía fiarse de no...

—Creo que será mejor que vaya a ver a tus padres y les dé la buena noticia. Y también a Feli, si está despierto todavía.

A Feli... a su hijo... Pero un momento...  Todavía había otro hombre de la noche siguiente a la que Paula había pasado con él.¿O  no  lo  había?  ¿Quién  podía  saberlo?  Sólo  Paula,  quien  hasta  ese momento  le  había  contado  una  mentira  tras  otra.  Tenía  muchas  cosas  que  decirle  y  ninguna bonita...  y  por  eso  no  se  atrevía  a  verla  tumbada  en  una  cama  y  con  puntos  en  la  cabeza.

—Pero  Pepe,  no  hace  falta  que  vayas  a  casa.  Podemos  llamar  a  mis  padres  y  seguro que Pau quiere verte y...

—No —él retrocedió un paso y levantó una mano—. Tengo que irme. Dile que la veré... muy pronto. Dile que se mejore rápidamente.

Se volvió y salió al pasillo sin dar tiempo a Valeria a contestar.Un minuto después salía a la oscuridad de la noche. Había dejado de llover; el viento  había  empujado  las  nubes  y  el  cielo  se  había quedado  raso  y  cuajado  de  estrellas. Se metió la mano al bolsillo para buscar las llaves y se dió cuenta de que su coche   estaba   en   el   aparcamiento   del   club   de   campo,   tal   vez   enterrado entre   escombros o aplastado por un roble. No lo sabía y en ese momento no le importaba.Le importaba  llegar  a  casa  de  los  Chaves y  ver  a  Feli.  Pero  el  hospital  estaba  a  quince kilómetros  de  Tate's  Junction  y  en  la  zona  no  había  taxis.  Se  quedó  mirando  las  estrellas  y pensó  un  momento.  Podía  llamar  a  su  hermano,  pero  no  quería sacarlo de la cama a esa hora. Guardó las manos en los bolsillos  y echó a andar aunque pensaba que era una estupidez. Tardaría horas en llegar a casa de los Chaves. Pero  en  ese  momento  no  le  importaba  lo  que  tardara,  sólo sabía  que  iba  allí  y  que cuando llegara vería a Feli y... ¿Y qué? No lo sabía.No sabía nada; pero, por otra parte, había viajado por todo el mundo sin saber nunca adónde iba. Por lo menos esa noche su destino estaba claro.Sentía  el  viento  en  la  cara,  cálido  y  oloroso  a  lluvia.  Se  quitó  la chaqueta,  se  la  echó al hombro y siguió andando.


Valeria le dió una palmadita a Paula en el hombro.

—El  doctor  Zastrow  dice  que  te  pondrás  bien.  No  te  imaginas  lo  aliviada  que  me siento. Nos has dado un buen susto.

Paula miraba  el  umbral  vacío  por  el  que  esperaba  que  entrara  Pedro.  Se  llevó  una mano a la venda que tenía en la cabeza. Eso no era lo único que le dolía, sentía el cuerpo entero rígido y dolorido y tenía además una sensación extraña de irrealidad. ¿Y por qué no iba Pedro a verla? Se tocó la boca, donde sentía todavía el recuerdo de sus besos. No lo entendía.

—¿Pedro ha dicho que iba a casa de papá y mamá?

Valeria sonrió.

—Así es. Ha dicho que te vería muy pronto y que te mejores rápidamente.

Paula  cerró  los  ojos.  Cuando  volvió  a  abrirlos,  Valeria seguía  allí,  mirándola  sonriente, a pesar de que tenía el pelo revuelto, una mancha de barro en la mejilla y de que su vestido estaba roto en la manga y sucio de lodo. Paula pensó que era afortunada de tener una hermana así. Una  hermana  que la  llamaba  aunque  ella  no  le  devolviera  las  llamadas,  que  nunca  dejaba  de  intentar  mantener el  contacto  familiar,  que  no  dudaba  en  pasar  su  noche de bodas en el hospital con su vestido de novia roto para darle una palmadita en el hombro y decirle que se pondría bien.

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