—¿Paula? ¿Sigues ahí?
—Sí, estoy aquí.
—Está bien. Si él quiere venir mañana, le diré que te pida permiso y tú le dirás que sí.
Paula sintió una irritación repentina.
—Ya te he dicho que puede ir.
—Bien. Y si quiere que tú también vengas, le dices que todavía no te sientes con fuerzas.
Paula no se sentía con fuerzas, así que eso no sería mentira. Se apoyó en la cama y cerró los ojos.
—Sí, está bien.
—Si todo va bien mañana, le pediré que venga también el miércoles y tú le dirás que todavía sigues sin fuerzas.
—¿Y si tengo fuerzas? ¿Qué le digo entonces? —preguntó ella, a pesar de que sabía que no debía hacerlo.
—Seguro que se te ocurrirá algo.
—No pienso mentirle.
Pedro se echó a reír.
—Eso es muy bueno viniendo de tí.
Paula abrió la boca para protestar, pero optó por cerrarla. El comentario era cruel, pero también era la verdad. Había contado muchas mentiras y no tenía sentido fingir que no era así.
—¿Alguna objeción más? —preguntó él.
Paula levantó una mano y la apoyó con cuidado en la venda que le cubría la frente.
—Hablas como un abogado.
—Es lo que soy. Hablaremos el jueves.
—Espera, yo... —pero ya era demasiado tarde. Pedro había colgado.
El lunes, Valeria y Julián se marchaban a la luna de miel que la primera había insistido en posponer hasta que su hermana estuviera bien del todo. Cuando pasó a despedirse de su familia, Paula seguía en la cama con las cortinas corridas.
—Buenos días —Valeria asomó la cabeza por la puerta—. Despierta, dormilona. Son las diez y esto está muy oscuro —entró en el cuarto y descorrió las cortinas. Paula lanzó un gruñido—. ¿No está mejor así?
—No especialmente —Paula se sentó en la cama y entrecerró el ojo bueno para protegerlo de la luz; el otro estaba cerrado por la hinchazón, así que no le molestaba el brillo.Lena se dejó caer en la cama.
—¿Cómo te encuentras?
—No muy bien.
—Dentro de una hora salimos para el aeropuerto.Y tú tienes el ojo morado e hinchado. No estás muy atractiva que digamos.
—Muchas gracias.
—Ven aquí.
Valeria le abrió los brazos y Paula se echó en ellos.
—Diviértete mucho, ¿De acuerdo? —abrazó a su hermana con fuerza.
—Lo haré. Seguro que me encantan Las Bahamas. Estoy deseando que Julián vea el bikini enano que me he comprado. Oh, y la lencería... hace meses que tengo un baúl lleno esperando. Valeria la apartó para mirarla a los ojos.
—Todos estos años pensaba que te pondrías furiosa conmigo cuando te enteraras —musitó Paula.
Su hermana se encogió de hombros.
—Y seguramente me habría puesto si me hubiera enterado entonces, pero ahora... Hace ya tanto tiempo de eso que cuando miro hacia atrás no siento nada. Pero para tí debió ser terrible estar embarazada y guardar ese secreto, tener que contar tantas mentiras...
Paula se sentó más recta.
—No tenía que contarlas. Las conté porque quise.
—Bueno, tenías diecisiete años y...
Paula levantó una mano.
—No me disculpes; eso ya lo hago yo muy bien sola.
Las hermanas intercambiaron una mirada de entendimiento.
—¿Y cómo te va con Pepe? Mamá dice que ayer no vino.
Paula se puso tensa.
—¿Qué le has dicho?
—Nada, tranquila. Por una vez no pienso meterme. Le he dicho que si quiere saber algo sobre ustedes, te pregunte a tí.
—Eres la mejor.
—Claro que sí.
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