lunes, 1 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 1

—¿Ya vamos a llegar? —preguntó Mateo, irritado.

—No estoy muy seguro —contestó Pedro—. Creo que seguí un camino equivocado. ¿Por qué no tratas de dormir de nuevo? Te despertaré tan pronto como lleguemos.

El chico refunfuñó algo, y se acomodó en el asiento, al otro lado del volante, apoyando la cabeza sobre la almohada, lo más lejos que pudo de su padre. Con una sensación de ternura y dolor que Mateo siempre le provocaba, Pedro, miró hacia el pequeño deseando que éste le demostrara la confianza suficiente como para apoyar la cabeza sobre su costado y no sobre la puerta del auto. Hubiera deseado pasar el brazo alrededor de él mientras conducía en medio de la oscuridad y de la fuerte lluvia. Pedro suspiró profundamente, pensando si algún día se volverían realidad sus deseos. Sabía que tomaría tiempo; los médicos del hospital le habían advertido que se necesitaría mucho tiempo y paciencia para recuperar !a confianza del niño…

Pedro tenía mucho de los dos; lo único que ahora le preocupaba, era lo mucho que le lastimaba ese continuo rechazo de su hijo hacia él. Él amaba al niño, pero Mateo demostraba con dolorosa claridad que no quería saber nada de ese cariño.

Él trató de alejar esos tristes pensamientos acerca de Mateo, pensamientos que lo asaltaban con regularidad y para los que no encontraba respuesta, si es que ésta, existía. Al menos, notó al mirar por el reflejo del parabrisas, que Mateo se había vuelto a quedar dormido; debería estar rendido… y eso, por supuesto, era algo sobre lo que los doctores le habían prevenido. Con un gesto de indignación y frustración, Pedro se dió cuenta de que de nuevo estaba pensando en él y golpeó el volante del auto con la palma de la mano.

En cuanto al contratiempo en que ellos se encontraban ahora, Pedro no tenía nada que reprocharse, pues el avión en el que volaron desde Toronto, había salido retrasado debido a una denuncia anónima, tuvieron que registrar la nave, así que llegaron a Halifax con retraso. Después, había habido un error en cuanto a la reservación de este auto alquilado en el que ahora viajaban, lo cual les demoró otra media hora. Tal vez debió de haberse dirigido directamente desde el aeropuerto a Halifax y buscar un hotel para pasar la noche y asegurarle a su hijo un adecuado descanso, pero Mateo deseaba llegar al mar y dejar atrás todo lo que fuera la ciudad. Telefonearon a la casa de huéspedes donde habían reservado y allí la propietaria, Rosa Huntingdon, les hizo una serie de indicaciones algo complicadas pero al final, le dijo a Pedro: "Es realmente muy sencillo, señor Alfonso, es imposible perderse".

Pues bien, él había comprobado que ella estaba equivocada, pensó Pedro con amargura, accionando el limpiador a su máxima velocidad. Ahora no tenía idea de dónde se encontraba o en qué dirección viajaban. Unos diez kilómetros atrás, dio vuelta a la izquierda sobre un puente, tal como la mujer le sugirió, pero después había habido una serie de desviaciones en la carretera, que no tuvo más remedio que seguir su instinto. Una vez más le había fallado. Recordó cómo un año y medio antes,había seguido también sus instintos pensando que iba a obtener la más excitante de las historias de su carrera de periodista y todo ello terminó en un lapso de once meses pasados en la cárcel de un país extraño.

Frente a él, la carretera se volvía a dividir, esta vez, en dos caminos más angostos. No había ninguna señal. Tomó el sendero de la derecha descubriendo que el paisaje que iluminaba los faros del auto revelaba grandes rocas sobre el lado derecho, y a su izquierda, hacia abajo, el reflejo de agua. ¿Sería acaso un lago? Continuó su camino, despacio, tratando de familiarizarse con el sendero. Vió una casa y decidió detenerse, pero estaba a oscuras. Más adelante, a su derecha, descubrió luces y pensó que tal vez se acercaba a una pequeña aldea. No podía seguir conduciendo a la deriva y aunque el detenerse ocasionara el nuevo despertar de Mateo, decidió acercarse.

Miró la carátula iluminada con se reloj y comprobó que eran ya las diez y media de la noche. Tal vez esas casas pertenecían a pescadores, que se levantan con la primera luz del día y no le pareció propio molestarlos. Sin embargo, podría haber otras casas cerca y quizá encontraría a alguien que aún estuviera despierto. Tomó una vereda que subía por una colina y vislumbró dos construcciones que parecían cabañas de pescadores. El camino se tornó de pronto rocoso y se vio precisado a frenar con cierta brusquedad. Al hacerlo se dio cuenta de que el sendero se terminaba y el acantilado caía directamente hacia el mar.

Respirando con agitación, Pedro se congratuló de no haber tomado gran velocidad y con sorpresa vió que había una luz en una pequeña casa justo frente al auto. Pensaba en bajarse del coche y pedir un teléfono.

—¿En dónde estamos? ¿Hemos llegado? —Mateo se había incorporado, frotándose los ojos con los nudillos.

—Sí, hemos llegado a algún sitio —respondió Pedro con sequedad—. Voy a ir a esa casa para ver si puedo usar un teléfono o por lo menos, que me indiquen la manera de llegar hacia Bayfield, que es nuestro destino. ¿Quieres quedarte aquí? No tardaré ni un minuto.

—Iré contigo —anunció Mateo, mirando nervioso la oscuridad.

—Mati, está lloviendo mucho…

—No quiero quedarme solo —el niño hizo un gesto de desagrado.

—¡Muy bien! —tuvo que aceptar, tomando del asiento trasero, el impermeable amarillo de Mateo—. Mira, ponte esto y ajústate la capucha. —¿Preparado? Te bajaré del auto ahora mismo —apagó el motor del auto. Descendió del coche y le abrió la puerta. —¿Quieres que te lleve en brazos?

—No, gracias—fue la seca respuesta de su hijo.

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