Alejandra cerró la puerta en silencio.
—Lo siento, no quiero despertarlo —susurró.
—Claro que no —contestó Pedro. Él ya había visto lo que necesitaba ver.
La historia del tornado que había derrumbado el club de campo encima de trescientos invitados a una boda salió en la primera página del Abilene News Reporter y apareció también en el Dallas Morrting News, aunque no en primera página. Un periodista había hecho una foto de las ruinas del edificio derruido con un grupo de invitados supervivientes empapados y la foto pasó a las agencias de noticias y a través de ellas a periódicos de todo el país. La historia llegó incluso a la CNN y la MSNBC.El sábado por la tarde, el doctor Jover dió el alta a Paula, quien, después de abrazar a su hijo y dejarse mimar un rato por su madre, se retiró a su habitación y llamó al Doble T. Contestó Miranda y le dijo que esperara un momento. Poco después le llegó la voz de Pedro.
—Hola, Paula —su voz sonaba distante, fría, peligrosamente educada—. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor. Cada vez estoy mejor.
—Me alegro.
—Pedro... humm... ¡Ah! No sé por dónde empezar.
—¿Sí, Paula?
—Tenemos que hablar —anunció ella con voz temblorosa.
—Hablar —repuso él—. Sí, supongo que sí.
—Estoy en casa de mis padres. Quizá quieras venir y...
—¿Tener ahora esa conversación? —terminó él en su lugar.
—Bueno, sí. Podemos...
—No —la interrumpió él de nuevo—. Ahora no. Es mejor esperar.
Paula se llevó una mano a la cabeza vendada, que de pronto le dolía con furia.
—¿Esperar a qué? —se atrevió a preguntar.
—¿Cómo está tu cabeza? ¿Seguro que duele mucho?
—Sí, todavía me duele.
—Estaba seguro. Es mejor esperar un poco.
—¿Hasta cuándo?
—Hasta que te encuentres mejor. De hecho, supongo que querrás cancelar la cita que teníamos mañana. ¿Te acuerdas de esa cita?
—Claro que sí.
—Habla más alto. No te oigo.
—Sí me acuerdo —repitió ella.
—Una cita para hablar de un asunto que me has ocultado durante once años, ¿Verdad? —la voz de Pedro subió de volumen—. ¿Verdad?
—Verdad —repuso ella, tensa—. Sí. Para hablar de...
—Espera. Ahora no. Más adelante.
—¿Más adelante? —repitió ella con tristeza.
—Sí.
—¿Cuándo?
—¡Oh, vamos! Tú has esperado tanto tiempo que no creo que ahora te vaya a importar esperar unos días más.
Paula se sentía cada vez más miserable.
—Sé que ya te ha contado Vale lo de aquella noche y creo que tienes que entender que...
—Quiero que estés fuerte cuando hable contigo.
—Pedro, por favor. Yo sólo...
—El jueves. Te llamaré el jueves y veremos cómo te va.
—Pero...
—Y entretanto, me gustaría ver a Feli. ¿Te importaría mucho?
—¿Ver a Feli? —no sabía por qué le sorprendía aquello, era normal que quisiera verlo.
—¿Hay algún problema? —el tono profundo de él no ocultaba una amenaza sutil.
—No, ninguno —musitó ella.
—Entonces de acuerdo. Iré a recogerlo mañana por la tarde a las cinco y te lo devolveré a las nueve.
—¿Te parece bien?
—Sí... está bien —paula tenía mil preguntas, pero no sabía por dónde empezar y él no parecía deseoso precisamente de darle respuestas—. ¿Qué le vas a decir?
—De momento nada. Quiero ir despacio, dejar que me conozca mejor antes de darle una sorpresa así.
—Sí. Eso suena... inteligente.
—Gracias. Lo llamaré más tarde y le preguntaré si quiere venir mañana al rancho conmigo a montar en Amos, nadar, comer perritos calientes y jugar con Fargo...
Su voz se apagó y Paula pensó con tristeza en su visita al rancho de la semana anterior y en lo bien que lo habían pasado los tres.
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