miércoles, 31 de agosto de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 28

Alejandra cerró la puerta en silencio.

—Lo siento, no quiero despertarlo —susurró.

—Claro que no —contestó Pedro. Él ya había visto lo que necesitaba ver.


La  historia  del  tornado  que  había  derrumbado  el  club  de  campo  encima  de  trescientos  invitados  a  una  boda  salió  en  la  primera  página  del  Abilene  News  Reporter  y  apareció  también  en  el  Dallas  Morrting  News,  aunque  no  en  primera  página. Un periodista había hecho una foto de las ruinas del edificio derruido con un grupo  de  invitados  supervivientes  empapados  y  la  foto  pasó  a  las  agencias  de  noticias y a través de ellas a periódicos de todo el país. La historia llegó incluso a la CNN y la MSNBC.El  sábado  por  la  tarde,  el  doctor  Jover  dió  el  alta  a  Paula,  quien,  después  de  abrazar  a  su  hijo  y  dejarse  mimar  un  rato  por  su  madre,  se  retiró  a  su  habitación  y  llamó al Doble T. Contestó Miranda y le dijo que esperara un momento. Poco después le llegó la voz de Pedro.

—Hola, Paula —su voz sonaba distante, fría, peligrosamente educada—. ¿Cómo te encuentras?

—Mejor. Cada vez estoy mejor.

—Me alegro.

—Pedro... humm... ¡Ah! No sé por dónde empezar.

—¿Sí, Paula?

—Tenemos que hablar —anunció ella con voz temblorosa.

—Hablar —repuso él—. Sí, supongo que sí.

—Estoy en casa de mis padres. Quizá quieras venir y...

—¿Tener ahora esa conversación? —terminó él en su lugar.

—Bueno, sí. Podemos...

—No —la interrumpió él de nuevo—. Ahora no. Es mejor esperar.

Paula se llevó una mano a la cabeza vendada, que de pronto le dolía con furia.

—¿Esperar a qué? —se atrevió a preguntar.

—¿Cómo está tu cabeza? ¿Seguro que duele mucho?

—Sí, todavía me duele.

—Estaba seguro. Es mejor esperar un poco.

—¿Hasta cuándo?

—Hasta  que  te  encuentres  mejor.  De  hecho,  supongo  que  querrás  cancelar  la  cita que teníamos mañana. ¿Te acuerdas de esa cita?

—Claro que sí.


—Habla más alto. No te oigo.


—Sí me acuerdo —repitió ella.

—Una  cita  para  hablar  de  un  asunto  que  me  has  ocultado  durante  once  años, ¿Verdad? —la voz de Pedro subió de volumen—. ¿Verdad?

—Verdad —repuso ella, tensa—. Sí. Para hablar de...

—Espera. Ahora no. Más adelante.

—¿Más adelante? —repitió ella con tristeza.

—Sí.

—¿Cuándo?

—¡Oh,  vamos!  Tú  has  esperado  tanto  tiempo  que  no  creo  que  ahora  te  vaya  a  importar esperar unos días más.

Paula se sentía cada vez más miserable.

—Sé  que  ya  te  ha  contado  Vale lo  de  aquella  noche  y  creo  que  tienes  que  entender que...

—Quiero que estés fuerte cuando hable contigo.

—Pedro, por favor. Yo sólo...

—El jueves. Te llamaré el jueves y veremos cómo te va.

—Pero...

—Y entretanto, me gustaría ver a Feli. ¿Te importaría mucho?

—¿Ver  a  Feli?  —no  sabía  por  qué  le  sorprendía  aquello,  era  normal  que  quisiera verlo.

—¿Hay  algún  problema?  —el  tono  profundo  de  él  no  ocultaba  una  amenaza  sutil.

—No, ninguno —musitó ella.

—Entonces  de  acuerdo.  Iré  a  recogerlo  mañana  por  la  tarde  a  las  cinco  y  te  lo  devolveré a las nueve.

—¿Te parece bien?

—Sí... está bien —paula tenía mil preguntas, pero no sabía por dónde empezar y él no parecía deseoso precisamente de darle respuestas—. ¿Qué le vas a decir?

—De momento nada. Quiero ir despacio, dejar que me conozca mejor antes de darle una sorpresa así.

—Sí. Eso suena... inteligente.

—Gracias.  Lo  llamaré  más  tarde  y  le  preguntaré  si  quiere  venir  mañana  al  rancho  conmigo  a  montar  en  Amos,  nadar,  comer  perritos  calientes  y  jugar  con  Fargo...

 Su  voz  se  apagó  y  Paula pensó  con  tristeza  en  su  visita  al  rancho  de  la  semana  anterior y en lo bien que lo habían pasado los tres.

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