domingo, 28 de agosto de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 19

Paula no sabía qué decir. Lo miró y supo que iba a besarla y también que ella no lo iba a detener. Aun así, intentó hacer un esfuerzo.

—Creo que deberíamos.

—¡Chist! —susurró él.

Pedro ignoró la furia de la tormenta. Él le rozó la sien con los labios.

—Juro que pensaba ir despacio —susurró—. Pero ya no quiero hacerlo. Quiero besarte. Por favor. Dime que está bien.

—¿Bien?

Estaba  más  que  bien...  excepto  porque  ella  debería  decirle  antes  lo  de  Felipe.  Debería decírselo y después, si él todavía quería besarla, ella no se lo impediría.Pero había un problema.Se ahogaba  en  los  ojos  cálidos  de  él.  La  tormenta,  los  trescientos  invitados  del  otro  lado  de  la pared  todo  eso  dejó  de  existir.  El  mundo  se  volvió  silencioso  e  inmóvil.  Habían  entrado  en el  centro  de  su  tormenta  privada  y  allí  sólo  existía  Pedro, que quería besarla. Y ella, que ansiaba ese beso. Levantó el rostro hacia él.

—Dí que sí —susurró Pedro.Y ella lo dijo.

—Sí.

Y él bajó los labios.Más  allá  de  la  galería  llovía  a  cántaros,  granizaba  y  brillaban  los relámpagos,  seguidos de truenos. Pedro cubrió  la  boca  de  Paula con  la  suya  y  volvió  a  ocurrir. El  golpeteo  de  la  lluvia,  los  relámpagos,  el  ruido  del  trueno...  todo  lo  que  formaba  el  mundo real  desapareció.Era otra vez aquella noche de once años atrás. Era aquella noche... Y aquella mujer.Increíble.  El  calor  de  su  boca  bajo  la  de  él...  su  sabor  y  su  olor;  el  mismo. Exactamente el mismo. Aquella noche era Paula... Pedro pensó eso un segundo y después dejó de pensarlo.No importaban los trucos que se empeñaran en jugarle su mente y sus sentidos. Lo que importaba era aquello. Esa mujer. Ese momento.Ese beso perfecto...

Profundizó el beso y se apretó contra ella; deslizó las manos entre su espalda y la pared y la estrechó contra sí. Paula se  estremeció,  suspiró  y  se  abrazó  a  su  cuello.  Pedro  siguió  besándola mientras inhalaba su aroma y oía el rumor de su vestido de seda como una promesa susurrada de placeres futuros.¡Sí! Eso era lo que quería. Aquella mujer, aquel momento, el abrazo... No podía haber nada mejor. Quería seguir besándola eternamente.Pero entonces hubo un relámpago más intenso que los precedentes y el trueno subsiguiente  explotó  a  su  alrededor  como  un  aviso.

Paula  dejó  de  abrazarlo  y  le  empujó el pecho con las manos. Y Pedro comprendió que ella tenía razón. No era el momento ni el lugar para dejarse llevar así. Levantó la cabeza, miró las mejillas arreboladas y tentadoras de ella y tuvo de nuevo la misma sensación de deja vu que había tenido ya antes.

—Pau... —susurró.Una ráfaga de viento lanzó una ola de lluvia y granizo que se estrelló a sus pies y manchó de rosa oscuro el dobladillo del vestido de ella. Pedro lanzó un juramento contra su propia idiotez y le tomó la mano.

—Ha sido una locura salir aquí. Tenemos que entrar.Ella tiró de él para retenerlo.

—No, escucha, tengo que...

—¡Pepe! —gritó la voz de Federico detrás de él.

Pedro se volvió y vió a su hermano en la puerta del salón de baile.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Acaban  de  avisar  de  que  viene  un  tornado.  Tiene  bastante  mal  aspecto;  hay  que bajar al sótano.

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