Paula no sabía qué decir. Lo miró y supo que iba a besarla y también que ella no lo iba a detener. Aun así, intentó hacer un esfuerzo.
—Creo que deberíamos.
—¡Chist! —susurró él.
Pedro ignoró la furia de la tormenta. Él le rozó la sien con los labios.
—Juro que pensaba ir despacio —susurró—. Pero ya no quiero hacerlo. Quiero besarte. Por favor. Dime que está bien.
—¿Bien?
Estaba más que bien... excepto porque ella debería decirle antes lo de Felipe. Debería decírselo y después, si él todavía quería besarla, ella no se lo impediría.Pero había un problema.Se ahogaba en los ojos cálidos de él. La tormenta, los trescientos invitados del otro lado de la pared todo eso dejó de existir. El mundo se volvió silencioso e inmóvil. Habían entrado en el centro de su tormenta privada y allí sólo existía Pedro, que quería besarla. Y ella, que ansiaba ese beso. Levantó el rostro hacia él.
—Dí que sí —susurró Pedro.Y ella lo dijo.
—Sí.
Y él bajó los labios.Más allá de la galería llovía a cántaros, granizaba y brillaban los relámpagos, seguidos de truenos. Pedro cubrió la boca de Paula con la suya y volvió a ocurrir. El golpeteo de la lluvia, los relámpagos, el ruido del trueno... todo lo que formaba el mundo real desapareció.Era otra vez aquella noche de once años atrás. Era aquella noche... Y aquella mujer.Increíble. El calor de su boca bajo la de él... su sabor y su olor; el mismo. Exactamente el mismo. Aquella noche era Paula... Pedro pensó eso un segundo y después dejó de pensarlo.No importaban los trucos que se empeñaran en jugarle su mente y sus sentidos. Lo que importaba era aquello. Esa mujer. Ese momento.Ese beso perfecto...
Profundizó el beso y se apretó contra ella; deslizó las manos entre su espalda y la pared y la estrechó contra sí. Paula se estremeció, suspiró y se abrazó a su cuello. Pedro siguió besándola mientras inhalaba su aroma y oía el rumor de su vestido de seda como una promesa susurrada de placeres futuros.¡Sí! Eso era lo que quería. Aquella mujer, aquel momento, el abrazo... No podía haber nada mejor. Quería seguir besándola eternamente.Pero entonces hubo un relámpago más intenso que los precedentes y el trueno subsiguiente explotó a su alrededor como un aviso.
Paula dejó de abrazarlo y le empujó el pecho con las manos. Y Pedro comprendió que ella tenía razón. No era el momento ni el lugar para dejarse llevar así. Levantó la cabeza, miró las mejillas arreboladas y tentadoras de ella y tuvo de nuevo la misma sensación de deja vu que había tenido ya antes.
—Pau... —susurró.Una ráfaga de viento lanzó una ola de lluvia y granizo que se estrelló a sus pies y manchó de rosa oscuro el dobladillo del vestido de ella. Pedro lanzó un juramento contra su propia idiotez y le tomó la mano.
—Ha sido una locura salir aquí. Tenemos que entrar.Ella tiró de él para retenerlo.
—No, escucha, tengo que...
—¡Pepe! —gritó la voz de Federico detrás de él.
Pedro se volvió y vió a su hermano en la puerta del salón de baile.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Acaban de avisar de que viene un tornado. Tiene bastante mal aspecto; hay que bajar al sótano.
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