El martes, Paula se topó accidentalmente con Pedro en Center Street, delante del bufete de él. Se saludaron y él le preguntó si disfrutaba de su visita al pueblo.
—Mucho —repuso ella. Miró su reloj—. Oh, llevo prisa, tengo que irme.
—Hasta luego, entonces.
—Sí, hasta luego.
Y se alejó apresuradamente. No podía creer que hubiera tropezado con Pedro cuatro veces en cuatro días.Aquello empezaba a parecer obra del destino. Como si sus remordimientos y su cobardía conspiraran para ponerlo en su camino a la más mínima oportunidad para darle ocasión de decirle lo que tenía que decirle.El miércoles, Paula, Valeria y Felipe fueron a pasar la tarde al lago Longhorn. Paula miraba a su hijo jugar cerca del agua y sabía que se acercaba el momento de decir la verdad.¿Cuánto tiempo querría pasar Pedro con él? ¿Cómo se tomaría Felipe la noticia? Esas preguntas, y las otras mil que la atormentaban, no tendrían respuesta hasta que hablara con Pedro. Y eso no sería hasta después de la boda.Decidió, por lo tanto, olvidar el tema por el momento y disfrutar de sus vacaciones.
El jueves por la mañana, estaba sola en la cocina tomando una taza de café cuando sonó el teléfono. Contestó sin pensar.
—¿Diga?—Justo la mujer con la que quería hablar.Paula se quedó en blanco.
—Ah... ¿Pedro?
—Así es. Y tú eres Paula. ¿No?
—Ah. Sí. Soy yo.
Él soltó una risita y Paula apretó con fuerza el auricular.
—¿A Felipe y a tí les gustaría venir esta tarde al rancho? Haremos una barbacoa y Feli puede jugar con Fargo. Y en los establos hay un pony de buen carácter al que puede montar. Prometo esforzarme para que lo pase bien.
Paula sintió un vacío interior de nuevo. ¿Por qué había hecho él a Felipe el centro de su invitación? ¿Era posible que hubiera adivinado la verdad? El corazón le dió un vuelco.Pero no. Nadie lo sabía. Excepto Henry. A él había tenido que decírselo antes de que se casaran.Sólo lo sabía Manuel. Y estaba muerto.
¿Por qué, entonces, Pedro ponía tanto énfasis en que Felipe se lo pasara bien? Paula sabía por qué.Ella era madre y, si un hombre quería acercarse a ella, tenía que dejar claro que encendía que Feli era una parte importante de su vida y sería una parte importante de la vida de cualquier hombre al que ella tomara en serio.Cerró los ojos y respiró hondo.
—Paula. ¿Sigues ahí?
—Ah. Sí. Sí. Estoy aquí.
—¿Y qué me dices?
Ella tragó saliva y se arriesgó a preguntar.
—Llamas por Feli, ¿Eh?
Él se echó a reír.
—Bueno, no del todo. También llamo por tí. ¿Quieres venir al rancho sobre las cinco?
Ella sabía que debía decirle la verdad ya.O rechazar la propuesta.Lo sabía. Pero lo que dijo fue:
—Sí, iremos.
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