miércoles, 24 de agosto de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 10

Pedro se encogió de hombros.

—Con  Federico no  se  portaba  mal,  a  su  modo  mandón,  claro,  pero  a  mí  no  me  soportaba.  Estaba  seguro  de  que  yo  tenía  que  haber  nacido  de  una  aventura  de  mi  madre con un forastero. Y eso de tener que criar al hijo ilegítimo de su voluble hija lo volvía loco. Es una pena que ya hubiera muerto cuando nos enteramos de la verdad —sonrió.  Su  abuelo  había  muerto  cuatro  años  atrás  y  la  verdad  sobre  su  padre  la  habían  descubierto  el  verano  anterior—.  Yo  no  soy  más  bastardo  que  Fede.  Si  yo  lo  soy, él  también.

Paula pensó  en  aquella  palabra.  «Bastardo».  Era  una  palabra  fea,  que  ya  tenía  poco   significado...   excepto   para   tradicionalistas   como   el   viejo  Pedro   o  Miguel Chaves...

—Nuestro  padre  se  casó  más  de  una  vez  —siguió  hablando  Pedro—,  aunque  todavía no sabemos con quién se casó primero.

Paula no  lo  escuchaba.  Miraba  a  su  hijo  rodar  por  la  hierba.  Pedro siguió  la  dirección de su mirada.

—Perdona. No pretendía ofenderte.Era uno de esos momentos, y había habido varios durante la velada, en los que podía haberle dicho que Feli era su hijo.

—No me has ofendido —repuso.

Pedro la miró a los ojos.

—¿Seguro?


Paula asintió.

—No  sé  si  tu  madre  o  Lena  te  han  contado  lo  que  descubrimos  el  año  pasado  sobre Horacio Alfonso.

—Me lo contaron las dos. Creo que todo el pueblo habló de eso.

La  historia  era  que  Horacio Alfonso,  el  secuestrador  del  hijo  de  su  hermano,  era  también el padre de Federico y Pedro. Se suponía que Horacio  había muerto justo después de concebir a Federico, pero no había sido así. En realidad había vivido treinta años más, oculto  en  Oklahoma.  Y  él  era  el  hombre  con  el  que  se  había  fugado  Ana Alfonso  cuando se quedó embarazada de Pedro.

—Imagínate —dijo  éste  con  ojos  brillantes—.  Tengo  familia  que  no  sabía  que  tenía.  Un  montón  de  primos  Alfonso en  Wyoming  y  una  en  Hill  Country,  casada  con  un veterinario. Tengo medio hermanos en Nevada y otro en Oklahoma. Dos primas en  el  norte  de  California  y  la  rama  más  famosa  de  la  familia,  los  Alfonso de  Los  Ángeles.  Son  más  ricos  que  nosotros,  muy  ricos.  Y  no  olvidemos  a  Dekker,  el  bebé  Alfonso  al  que  secuestró  mi  padre  hace  tantos  años.  Ahora  tiene  treinta  años  y  es  detective privado en Oklahoma City.

—Eso es mucha familia —asintió ella.

—Y  eso  no  es  todo.  Tengo  un  tío  abuelo.  Juan,  que  tuvo  siete  hijos.  Y  Horacio tuvo más hijos. Fede, mi medio hermano Martín y yo estamos casi seguros —parecía complacido consigo mismo.

—Te encanta —sonrió ella—. Te gusta tener tanta familia.

—Sí.  A Fede al principio le costó aceptar que nuestro padre fuera tan embustero, pero  a  mí  no.  Para  mí  fue  muy  importante  saber  al  fin  quién  era  y  saber  que  tengo  familia  por  todos  los  Estados  Unidos  me  hace  sentir...  no  sé,  como  que  tengo  vínculos. Después de todo, todos estamos aquí para algo.

—¿Para qué? —sonrió ella—. ¿Para qué estamos aquí?

Pedro se inclinó hacia ella, que hizo lo mismo sin pensar. Él le miró la boca y después los ojos.

—Yo volví el año pasado al pueblo para buscar algo... algo que llevaba toda mi vida buscando.

—¿Y ese algo es...?

—No me metas prisa —susurró él—. Ya voy.

—Bien.

—En  los  dos  últimos  años  empecé  a  pensar  que  vagar  por  el  mundo  no  me  llevaba a ninguna parte, que estaba buscando lo que tenía justo aquí, de donde había partido.

—¿Y qué era? —no pudo evitar preguntar ella.

Él sonrió.

—No tenía ni la más remota idea.

—Un  momento.  A  ver  si  lo  entiendo.  ¿Volviste  aquí  a  buscar  algo  pero  no  sabías lo que era?

—Exacto. Sólo sabía que si venía a casa lo encontraría por fin.

—¿Y cómo sabías eso?

—Paula. Lo que importa es que lo sabía, no cómo.

—Ah. ¿Uno de los misterios profundos de la vida?

—Exacto.

—Simplemente lo sabías.

—Sí.

—¿Y lo has encontrado?

—Buena  pregunta  —rió  él.  Se  puso  serio—.  Para  mí  ha  sido  importante  instalarme  en  casa  de  mi  abuelo,  descubrir  quién  soy,  enterarme  de  toda  la  familia  que tengo... —movió la cabeza y la miró con admiración, primero a los ojos y luego la nariz, la boca, la barbilla, hasta subir de nuevo a los ojos.

Paula sintió un escalofrío. Se echó a reír, en parte por nervios.
—Todavía no me has contestado. ¿Lo has encontrado?

—¿Te das cuenta de que todos esos años, cuando éramos niños, no te ví nunca? Ahora me cuesta creerlo. ¿Cómo pude ser tan tonto?

A pesar de la magia del momento, Paula oyó por fin campanas de advertencia. Se apartó un poco de él y se sentó recta.

—Bueno, hace años era Valeria la que...

Él movió la cabeza.

—Una locura. Es imposible.

Paula  no se atrevió a preguntar el qué.

—Pero después de tantos años, te ví salir del coche en la gasolinera —continuó él—. Y al verte, pensé...

—No —dijo ella.

Paula   parpadeó.   Pero   guardó   silencio.   Sus   ojos   oscuros   se   llenaron   de   preguntas, preguntas que ella sabía que no iba a responder esa noche. Era  demasiado.  No  tenía  que  haberse  inclinado  hacia  él  ni  haberle  suplicado  que le hablara de esa cosa misteriosa que estaba buscando.No tenía derecho a oír lo que él había estado a punto de decir.


2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! Que cerca está de descubrirse todo!

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  2. mmmmmmmmmmmmm, ya me veo venir el bolonqui que se va a armar cuando se descubra todo. Excelentes 5 caps.

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