Excepto por una noche mágica y especial... en la que ella no iba a pensar en ese momento.
—¡Cuánto tiempo! —exclamó Pedro. Paula asintió.
—¿Cómo estás? —preguntó.
Antes de que él pudiera contestar, el perro soltó un aullido de impaciencia.
—Fargo, sinvergüenza, ven aquí —le ordenó Pedro.El perro soltó otro gemido, pero se acercó a su amo y se dejó caer al lado de su bota.
—Estoy bien, muy bien —repuso Pedro.
Paula mantuvo la sonrisa en su sitio, aunque le costó un esfuerzo sobrehumano. Se sentía mareada, desorientada... y aterrorizada. De pronto nada parecía real; era como si, al volverse para mirarlo, hubiera entrado en un sueño extraño, un sueño que bordeaba la pesadilla.
—Ah... me enteré de que conseguiste hacer lo que tanto ansiabas. Viajar por todo el país e incluso por Europa... España, Italia, Inglaterra...
—Es verdad —él se inclinó a rascar al perro detrás de la oreja y ella pensó en todas las veces que había intentado ponerse en contacto con él en los primeros años.Siempre que conseguía reunir el valor suficiente para hacerlo, él se había mudado a otra parte. En Austin le abrió la puerta un desconocido. Las cartas torturadas que le había escrito explicándoselo todo le fueron siempre devueltas sin otra dirección. Pedro volvió a enderezarse.
—Y mírame ahora. Aquí, en Tate's Junction, donde juré que no acabaña nunca —sonrió—. Lo creas o no, conseguí estudiar Derecho durante mis años de vagabundeo.
—¡Ah! —exclamó ella, por decir algo.
—Tengo toda el ala sur de la casa de mi mezquino abuelo y un despacho en Center Street con un cartel en la puerta que dice: Hogan y Alfonso, Abogados. Y también tengo a Fargo —sonrió al perro—. ¿Y sabes qué?
Paula lo sabía. Lo adivinaba con sólo mirarlo.
—Eres feliz.
—Puedes apostar a que sí.
Paula oyó que se abría la puerta de atrás del coche.
—¿Mamá? —Felipe vió al perro y salió inmediatamente del vehículo. El animal enseguida le lanzó uno de sus gemidos esperanzados.Lori carraspeó.
—Feli...
Pero el chico corría ya hacia el perro.
—Hola, perrito... Fargo aulló de contento y Felipe se acuclilló allí mismo, a los pies de Pedro. El perro le lamió la cara y el chico lo abrazó y le rascó detrás de ambas orejas. Paula levantó la vista y descubrió que Pedro la miraba. Un escalofrío recorrió su cuerpo.
—Mi hijo —dijo, y no podía creer que no le temblara la voz—. Felipe Torres.
—Hola, Feli —dijo Pedro.
—Hola —el chico apenas levantó la vista, seguía ocupado acariciando al perro—. ¿Cómo se llama?
—Fargo.
Paula miró a su hijo, a Pedro y de nuevo a su hijo. Ella sí veía a Pedro en Felipe , en su modo de inclinar la cabeza... en la forma de la mandíbula... En el hoyuelo de la barbilla... Cerró los ojos y respiró con fuerza. Cuando volvió a abrirlos, vió que Pedro la miraba con el ceño fruncido.
—¿Estás bien?
—Sí, sí, muy bien.
—¿Seguro?
—Sí. O sea, que te gusta vivir aquí después de todo.
—Sí, me gusta. ¿Venís por la boda?«Y para hablarte de Feli. Te lo contaré antes de irme».
—Sí, claro. Por la boda. Valeria había conocido al fin al hombre con el que quería casarse. Se llamaba Julián Davison y vendía coches, igual que Miguel Chaves, el padre de Paula. Tenía dos concesionarios en las afueras de Abilene y había pedido la mano de Valeria un año atrás.
—Esa boda va a ser todo un acontecimiento —comentó Pedro.
—Oh, sí —su hermana preparaba la boda más elegante y cara que se había visto nunca en Tate's Junction—. Y nosotros tenemos que irnos.Sacó una tarjeta de crédito de la cartera.—Me alegro de verte —le aseguró Pedro.
—Igualmente —repuso ella con una sonrisa forzada—. Feli, vuelve al coche.
Paula introdujo la tarjeta en la ranura del surtidor y Pedro chasqueó la lengua al perro.
—Hasta la vista, Feli—dijo. El perro echó a andar a su lado.
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