viernes, 12 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 34

"Querida Pau: veo que no tienes la menor intención de aceptar mi propuesta matrimonial, ni ahora ni en el futuro. Por lo tanto he decidido marcharme con Mateo de Chaves, porque él se ha encariñado contigo demasiado. Espero que viviendo lejos de aquí, pueda olvidarse un poco de este afecto y mis planes son vivir con él en el área de Toronto. El doctor me asegura que su recuperación es fenomenal, y por lo que tú hiciste por él, quiero agradecerte. Aunque no espero volverte a ver, Pau, te aseguro que te recordaré siempre… Pedro".

No había ninguna dirección, ni prospecto de visita. Una verdadera carta de despedida, el final de una relación amistosa. Las lágrimas de Paula rodaron sobre la hoja de papel, y ella se secó los ojos. De cualquier manera, ella sabía que no tenía por qué esperar otra cosa de parte de él, y entonces, ¿Por qué ese llanto?

Pedro obviamente había llevado la mano de Mateo en las otras dos cartas, las cuales firmaba el niño. Las dos tenían un domicilio escrito: "Señora de Mauricio Whitely"… Camila, la madre de Mateo. ¿Estaba acaso Pedro decidido a que ella no conociera su domicilio? El texto de cada una de las cartas era muy simple, unas cuantas palabras, borroneadas y mal hechas. En la primera decía: "Te extraño"; en la segunda "Por favor, escríbeme". En las dos firmaba: "Te amo, Mateo". Ahora Paula lloraba. Las cartas cayeron al suelo. Ella apagó la luz y hundió la cabeza entre las almohadas. Pedro y Mateo se habían ido de su vida… para siempre…

Pasó una semana. En apariencia esa semana fue muy provechosa y activa para Paula; había ido a ver al doctor Moriarty, quien aprobó el trabajo de su colega de Boston; ese mismo día, también fue a ver a un terapeuta quien la aleccionó sobre los ejercicios que debería comenzar a hacer todos los días. Lucas vino a visitarla, y su alegría y entusiasmo al verla recuperada fueron tan auténticos que Paula se sintió conmovida. Cada mañana hacía una caminata, a veces sola o acompañada por su abuelo. Trabajaba en sus bordados. A pesar de todas estas actividades, tres cuartas partes de su mente estaban dedicadas a pensar en esas dos personas ausentes.

En sus diarios paseos, evadía el sendero que conducía a la casita del faro. Una tarde, en forma distraída, se encontró de pronto caminando sobre el sendero. El sol estaba esplendoroso. Llegó primero a la playa, y se sentó apoyada en la piedra en donde Pedro la había colocado aquella primera vez, cuando la besó… Se sintió enternecida, ya no podía ocultar más aquellos sentimientos. Ella amaba a Pedro Alfonso, pensó con amargura. Esa era la única razón por la cual anhelaba su presencia, de tal manera que llegaba a sentir un dolor íntimo. Se había estado engañando creyendo que sólo sentía por él afecto y amistad, pero algo más había, una emoción que no podía ser masque amor y este amor la ató a Pedro con cadenas de las que tal vez nunca podría escapar. Era el único hombre de los que había conocido, que logró despertar su sexualidad, el único hombre con quien podría compartir todos sus pensamientos. Él todo lo había aceptado y comprendido, puesto que tenía la integridad y la fuerza que la inducía a ella, a Paula, a mostrarse tal como era, sin restricciones ni conveniencias. Ese era el hombre con el que ella se había negado a casar. Quizá las razones que adujo fueron correctas, dadas aquellas circunstancias. Pero la situación había cambiado. Ya no estaba confinada a una silla de ruedas, ahora podía caminar, y no tendría que ser una persona dependiente, ¡Qué cruel ironía del destino que ahora, precisamente ahora, Pedro se había alejado de su vida!, y sin siquiera conocer los cambios que se habían efectuado en su vida.

Se levantó de un salto y volvió a su casita. Entró y trató de bordar, pero no lo consiguió. Salió y se dirigió hacia el puente caminando por debajo de la estructura, entre las rocas, por el camino que sin duda había seguido Mateo aquella noche en que se perdió. El panorama desde allí era muy hermoso, por un momento se sintió cansada y se sentó sobre una roca, admirando la naturaleza en toda su primitiva belleza. Pensó con añoranza que ese paisaje parecía muy de acuerdo con la personalidad de Pedro más no con la de Facundo. Cuando volvió a la cabaña, ya el sol estaba en el ocaso. Sabiendo que ese día había caminado demasiado, se sentó en la silla de ruedas, para descansar. Comió algo de la comida que había dejado preparada y después lavó los platos. Se puso un camisón azul, pensando que pronto se acostaría a dormir. Tomó un libro y se colocó, en la silla de ruedas, cerca de la lámpara disponiéndose a leer. Una media hora después, sus pestañas parecían cada vez más pesadas y comenzó a parpadear.

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