lunes, 1 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 5

—Podrías… pero no lo harás.

—Dame una buena razón para que no lo haga —comenzaba a sentirse enfadada.

—Porque yo quiero saber acerca de tí, Paula Chaves. Deseo saber por qué razón está una joven bella como tú, viviendo en una cabaña de pescadores, a muchos kilómetros de distancia de cualquier sitio. Quiero saber de qué o de quién te escondes.

—No me escondo de nada, ni de nadie.

—¿No?, y entonces, ¿Por qué estás aquí?

Paula  tomó de pronto su bordado y pasó la aguja por la fina tela de algodón. Normalmente se consideraba como una chica moderada y, sin embargo, este hombre tenía la virtud de despertar en ella cierta inquietud que de pronto se convertía en antagonismo.

—Realmente deseo saber, Paula —decía Pedro sincero.

—Nunca conocí a nadie como tú —titubeó. Y en realidad no lo había hecho. De ninguna manera podría compararse con Lucas. Y en cuanto a los hombres que conoció antes del accidente, incluyendo a Facundo, ahora le parecían unos jóvenes, tontos e inmaduros buscadores de placeres y frivolidades. Por supuesto que Pedro era mucho mayor que cualquiera de ellos, pero había algo más. La madurez y sentido de responsabilidad que demostraba, debía de ser algo que había adquirido durante toda su vida.

—Eso mismo puedo decir yo —replicó él con voz queda. Por un instante sus ojos se fijaron en la curva vulnerable de los labios femeninos.

Ella sintió como si la hubiera tocado, sus nervios se alteraron y de forma instintiva impulsó la silla de ruedas hacia atrás.

—No quiero decírtelo —expresó sintiendo que perdía el aliento—. No acostumbro andar por allí contando mi vida a cualquier extraño.

—Sé que cambiarás de idea antes que yo me vaya, te lo garantizo.

—Tú te marcharás mañana temprano.

—¡Oh!, ¿es eso una orden? —preguntó él un poco molesto.

—No tienes por qué quedarte más tiempo.

—Ten cuidado, yo no resisto los retos.

—Esta es una conversación absurda —y tomó de nuevo su aguja procediendo a continuar la labor de bordado—. Hace una hora parecías tener prisa por marcharte con tu hijo.

—Es cierto, pero siempre estoy dispuesto a ser una persona flexible.

Paula sintió la necesidad de enseñarle la lengua y entonces él no pudo contener la risa, pues le adivinó el pensamiento. Antes que ella pudiera decir algo más, él se levantó de su asiento y dijo:

—Bueno creo que es hora de que hagamos una tregua. Además, ya debo dormirme. Después de todo ha sido un día pesado. ¿Hay algo que pueda hacer por tí, antes de subirme.

—No, gracias. Puedo manejarme sola.

—Me doy cuenta de que eres una joven muy independiente, ¿No es así? ¿No te sientes sola a veces, Paula?

La tomó por sorpresa y dijo:

—Sí, pero no tan sola como cuando estaba en Vancouver rodeada de gente — respondió con sinceridad.

—Así que también conoces esa clase de soledad… buenas noches Paula.

—Buenas noches, Pedro.

Terminó de acomodar los platos en la cocina y se deslizó de la silla de ruedas hacia su cama, apagando la luz de la pequeña lámpara de buró a su lado. Con frecuencia, acostumbraba leer un rato antes de dormir, pero en esta ocasión sintió que no podría concentrarse en un libro. Se tendió mirando en la oscuridad, escuchando el tamborileo de la lluvia y el fuerte rugido de las olas al estrellarse sobre las rocas; sonidos que para ella ya eran familiares. ¿Fue acaso en ese momento en que tuvo la sensación de que todo en su vida había cambiado?

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