viernes, 5 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 12

Paula esperaba que el día siguiente fuera como el primero, pero quedó un poco decepcionada al ver que Pedro se mantenía distante. Quizá lo que había hablado con Alicia de dedicarse a escribir era muy serio, pues apenas salía de la casa. Por Mateo, supo que él estaba organizando su trabajo. Las ideas de que la presencia de Pedro iba a cambiar su vida, eran equivocadas. Incluso parecía que él la evadía. ¿Era acaso esto lo que el consideraba cultivar una amistad? La amistad que con tanta insistencia le había pedido. Molesta con la situación, por lo menos agradecía las frecuentes visitas del pequeño Mateo. El chico dividía su tiempo entre el abuelo y ella; ayudaba a Roberto a preparar los anzuelos y las carnadas para la pesca de langosta. A ratos, se ponía a jugar con sus soldaditos y por las tardes se recostaba a dormir en la cama de Paula. Ella ahora pasaba mucho tiempo bordando mientras él dormía y el monto de los artículos ya terminados aumentaba con gran velocidad. Supuso que Lucas estaría muy satisfecho cuando viniera otra vez a casa.

Cinco días después de la llegada de Pedro y Mateo, Paula escuchó que llamaban a su puerta. La tarde era fría y gris, así que había permanecido en casa. Pensó que sería bueno tener una compañía y dijo:

—Pase… —pensando que tal vez sería Pedro.

Pero al abrirse la puerta, entró Lucas con el cabello y la barba de color rojo, humedecidos por la fina lluvia que comenzaba a caer, trayendo un cesto con telas y en la otra mano, su guitarra. Paula se sintió contenta al verlo y le dijo:

—¡Hola, Lucas! Espero que traigas más trabajo, pues ya casi está terminado todo el que dejaste la otra vez.

—Seguro que sí y además tengo dos o tres órdenes especiales —él se acercó y la besó en la mejilla.

—Te veo muy bien, Pau. Me alegra verte.

Lucas Langley era dueño de una tienda de artesanías llamada The Silver Tern en el poblado vecino de Camden. Le gustaba mucho su trabajo, en la tienda vendía artesanía de alta calidad como alfombras tejidas a mano, bordados, ropa tejida de lana y él mismo era un buen alfarero. Fue Alicia quien los puso en contacto y sugirió que Paula se dedicara al tejido. Él le trajo manteles, servilletas y colchas, en un principio, copiaba los diseños, pero después hacía ella misma los dibujos y luego los bordaba. Lucas le pagaba por su trabajo y después los vendía en su tienda.

Se conocían hacía más de dos meses y a Paula le encantaban sus visitas, las que se repetían casi cada semana; habían llegado a tenerse mucha confianza y él le contaba acerca de su novia Karen que vivía en Halifax.

—Muy bien, veamos qué has hecho desde mi última visita —dijo Lucas.

Ella extendió una bella bufanda de color azul pálido en la que había bordado unas flores en diferentes tonalidades de azul; después le enseñó un mantel con servilletas en color beige bordado en un diseño modernista en tonos café y cocoa. Finalmente, terminó con una bella colcha bordada con hilo blanco, sobre un diseño de espuma de mar.

—¡Fantástico! —exclamó satisfecho. Él mismo desdobló otro mantel bordado con un diseño de arco iris, que era muy vistoso por el colorido.

—Este es un diseño muy bello y original —comentó. De pronto la puerta se abrió y Mateo entró con rapidez.

—¡Pau!, ¿Quieres ir en el barco a pescar con nosotros?

Ella volvió la cabeza y al hacerlo su cabellera rozó el brazo de Lucas quien se encontraba de pie muy junto a ella. Paula sintió la desaprobadora mirada de Pedro, quien estaba de pie junto a la puerta.

—Hola, Pedro, mateo. Creo que ustedes no conocen a Lucas Langley, ¿No es así? Lucas, ellos son Mateo y Pedro Afonso.

—Mucho gusto Pedro, Mateo, me alegro de conocerlos —tendió la mano.

—¡Oye!, eso es muy hermoso —exclamó Mateo mirando los bordados. Dirigiéndose a Lucas preguntó—: ¿Por qué estás viendo eso? ¿Acaso también te dedicas a bordar?

—No —respondió Lucas molesto.

Paula tuvo que contener una sonrisa, al comprender que, sin querer, el niño había tocado el punto más vulnerable de Lucas. Una de las cosas que más le importaban, era su reputación de masculinidad y ella sabía que muchas veces había llegado a los puños cuando alguien se atrevía a insinuar que su trabajo como alfarero no era digno de virilidad.

Pedro fue quien trató de suavizar la situación diciendo:

—Pau, ¿Has terminado tu trabajo? La niebla comenzó a levantarse y Mati quiere que nos acompañes al barco para pasear un rato.

—No creo que sea muy adecuado que yo viajara en el barco—dijo con frialdad—, y además Lucas y yo tenemos algún trabajo por hacer.

—¿Cuál es ese trabajo? —preguntó Mateo.

—Lucas vende mis bordados en su tienda de artesanías —explicó Paula—, y es con ese dinero que pago la comida y la cuenta de la luz eléctrica.

—¿Acaso tus padres no te envían dinero? —preguntó Pedro cortante.

—Por supuesto que sí, me mandan una mensualidad, pero yo prefiero hacerme independiente y ganar mi propio dinero. Eso hace mucha diferencia para mí —en un impulso de ternura puso una mano sobre la de Lucas que descansaba en una mesita cercana a ella y añadió—: No sé cómo podría expresar mi gratitud hacia Lucas.

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