lunes, 22 de agosto de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 4

—¿Es tu hijo?

—Sí. Este es Felipe.

Melina  le  estrechó  la  mano.  Ella  tenía  una  peluquería,  era  la  alcaldesa  de  Tate's  Junction y madre de mellizos, niño y niña.Fedrico y Pedro procedían, por el lado materno, de la familia más importante de la zona, los  Zolezzi. Durante generaciones, el primer hijo Alfonso había recibido el nombre de pila de Pedro, pero Ana Zolezzi Alfonso, la madre de Federico y Pedro, había sido hija única del último de una larga línea de Zolezzi  y había nombrado Federico a su primer  hijo  y  Pedro  al  segundo  para  prolongar  los  nombres  de  la  familia  con  sus  hijos.  A  su  muerte,  todo  había  ido  a  parar  a  sus  hijos.  Los  dos  hermanos  poseían  al  menos una parte de casi todos los negocios del pueblo, además de un rancho llamado el Doble T que tenía una casa del tamaño de un palacio.

Melina, en cambio, había nacido en una caravana y procedía de dos generaciones de  madres  solteras.  Era  la  última  persona  con  la  que  nadie  habría  pensado  que  se  casaría Federico Alfonso.Pero se habían casado el verano anterior y parecían muy felices juntos.

Paula se alegraba por ellos.Aunque le hubiera gustado que no se sentaran en ese momento en la mesa de al lado.¿Y  por  qué  tenía  que  estar  sentada  enfrente  de  él?  Le  suponía  un  esfuerzo  no  mirarlo todo el rato.Melina preguntó por la boda y Valeria se lanzó a enumerar una larga lista de cosas que  le  quedaban  por  hacer,  y  que  iban  desde  arreglos  florales  a  las  últimas  pruebas  de  los  vestidos  de  las  damas  de  honor  o  cambios  en  el  menú  del  club  de  campo  donde pensaban invitar a cenar a trescientos comensales. Recordó a Melina que quería que ella la peinara ese día.Mientras  las  mujeres  hablaban  de  preparativos  de  boda,  los  hombres  lo  hacían  de  Cadillacs.  AI  parecer,  Federico,  que  ya  tenía  unos  cuantos,  quería  comprarle  uno  nuevo a Miguel y Julián ofrecía su consejo de experto.Pedro  guardaba  silencio,  al  igual  que  Felipe y  Paula,  ajenos  los  tres  a  los  dos  temas  de  conversación;  se  miraban  pero  estaban  muy  separados  para  iniciar  una  conversación propia.La  camarera  les  llevó  la  comida  y  Paula,  aunque  tenía  el  estómago  lleno  de  nudos,  se  alegró  de  tener  algo  que  hacer  que  no  fuera  mirar  los  ojos  marrones  aterciopelados y el rostro atractivo de Pedro.Felipe dió  un  par  de  mordiscos  a  su  hamburguesa  con  queso  y  la  dejó  en  el  plato.

—¿Dónde  está  Fargo?  —preguntó  a  Pedro en  voz  tan  alta  que  hizo  morir  las  conversaciones paralelas sobre la boda y los Cadillacs. Miguel  se echó a reír.

—Fargo —frunció el ceño—. ¿Se refiere a ese perro tuyo tan feo, Pedro?

El interpelado asintió.

—Eso me temo. No es bien recibido en la iglesia ni en el restaurante —explicó al niño—. Aunque no sé por qué. Le gusta un buen sermón tanto como al que más.

—Porque sus modales en la mesa dejan mucho que desear —señaló Federico.

—Me gusta mucho ese perro —Felipe miró a su madre con cautela.

—El  chico  quiere  un  perro  —le  dijo  Miguel a  Paula,  como  si  ésta  no  hubiera  captado ya la indirecta.

—Lo sé —repuso ella.

La respuesta le salió más seca de lo que era su intención, pero entre el estado de nervios de tener a Pedro enfrente y que su padre siempre conseguía que se sintiera como si no fuera buena madre... Bueno, no estaba en su mejor momento.Su padre habló con gentileza... y su reproche era evidente.

—Vamos, Pau; es bueno que un chico tenga un perro.

—Sí —asintió Feli enseguida—. Tengo diez años, ya soy bastante mayor. Y yo puedo  ocuparme  de  todo,  mamá.  Le  daré  de  comer  y  lo  sacaré  y  limpiaré  lo  que  ensucie. Tú no tienes que hacer nada. Paula dejó el tenedor en su plato sin comer la patata que había pinchado. Lanzó una mirada de advertencia a su padre.

—Feli. Hablaremos de eso más tarde.

—Pero mamá, yo...

—Más tarde.

Felipe  captó al fin el mensaje. Tomó su hamburguesa y empezó a comer.Hubo   un   momento   de   un   incómodo   silencio,   pero   pronto   los   hombres   volvieron a su conversación de los coches y Valeria al tema de su boda.

—No puedo creer que ya esté encima. Faltan menos de dos semanas.

—Menos mal —comentó Miguel, entrando un momento en la conversación—. Mi chequera no puede soportar mucho más tiempo de esto.

Valeria se echó a reír.

—¡Oh, papá! Haré que te sientas muy orgulloso de mí.

—Ya lo has hecho, cariño. Siempre lo has hecho.

Paula miró  su  plato  y  comprendió  que  le  sería  imposible  dar  un  mordisco  más.  La conversación fluía a su alrededor... y ella no quería levantar la vista. Pero no podía mirar su plato eternamente.Levantó la mirada. Y se encontró con los ojos de Pedro. Éste  levantó  la  comisura  de  la  boca  en  una  media  sonrisa  que  era  al  mismo  tiempo una pregunta. Paula le devolvió la sonrisa sin pensar. Aquello no era posible.Y sin embargo, ocurría.Pedro Alfonso coqueteaba con ella.

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