—¿Es tu hijo?
—Sí. Este es Felipe.
Melina le estrechó la mano. Ella tenía una peluquería, era la alcaldesa de Tate's Junction y madre de mellizos, niño y niña.Fedrico y Pedro procedían, por el lado materno, de la familia más importante de la zona, los Zolezzi. Durante generaciones, el primer hijo Alfonso había recibido el nombre de pila de Pedro, pero Ana Zolezzi Alfonso, la madre de Federico y Pedro, había sido hija única del último de una larga línea de Zolezzi y había nombrado Federico a su primer hijo y Pedro al segundo para prolongar los nombres de la familia con sus hijos. A su muerte, todo había ido a parar a sus hijos. Los dos hermanos poseían al menos una parte de casi todos los negocios del pueblo, además de un rancho llamado el Doble T que tenía una casa del tamaño de un palacio.
Melina, en cambio, había nacido en una caravana y procedía de dos generaciones de madres solteras. Era la última persona con la que nadie habría pensado que se casaría Federico Alfonso.Pero se habían casado el verano anterior y parecían muy felices juntos.
Paula se alegraba por ellos.Aunque le hubiera gustado que no se sentaran en ese momento en la mesa de al lado.¿Y por qué tenía que estar sentada enfrente de él? Le suponía un esfuerzo no mirarlo todo el rato.Melina preguntó por la boda y Valeria se lanzó a enumerar una larga lista de cosas que le quedaban por hacer, y que iban desde arreglos florales a las últimas pruebas de los vestidos de las damas de honor o cambios en el menú del club de campo donde pensaban invitar a cenar a trescientos comensales. Recordó a Melina que quería que ella la peinara ese día.Mientras las mujeres hablaban de preparativos de boda, los hombres lo hacían de Cadillacs. AI parecer, Federico, que ya tenía unos cuantos, quería comprarle uno nuevo a Miguel y Julián ofrecía su consejo de experto.Pedro guardaba silencio, al igual que Felipe y Paula, ajenos los tres a los dos temas de conversación; se miraban pero estaban muy separados para iniciar una conversación propia.La camarera les llevó la comida y Paula, aunque tenía el estómago lleno de nudos, se alegró de tener algo que hacer que no fuera mirar los ojos marrones aterciopelados y el rostro atractivo de Pedro.Felipe dió un par de mordiscos a su hamburguesa con queso y la dejó en el plato.
—¿Dónde está Fargo? —preguntó a Pedro en voz tan alta que hizo morir las conversaciones paralelas sobre la boda y los Cadillacs. Miguel se echó a reír.
—Fargo —frunció el ceño—. ¿Se refiere a ese perro tuyo tan feo, Pedro?
El interpelado asintió.
—Eso me temo. No es bien recibido en la iglesia ni en el restaurante —explicó al niño—. Aunque no sé por qué. Le gusta un buen sermón tanto como al que más.
—Porque sus modales en la mesa dejan mucho que desear —señaló Federico.
—Me gusta mucho ese perro —Felipe miró a su madre con cautela.
—El chico quiere un perro —le dijo Miguel a Paula, como si ésta no hubiera captado ya la indirecta.
—Lo sé —repuso ella.
La respuesta le salió más seca de lo que era su intención, pero entre el estado de nervios de tener a Pedro enfrente y que su padre siempre conseguía que se sintiera como si no fuera buena madre... Bueno, no estaba en su mejor momento.Su padre habló con gentileza... y su reproche era evidente.
—Vamos, Pau; es bueno que un chico tenga un perro.
—Sí —asintió Feli enseguida—. Tengo diez años, ya soy bastante mayor. Y yo puedo ocuparme de todo, mamá. Le daré de comer y lo sacaré y limpiaré lo que ensucie. Tú no tienes que hacer nada. Paula dejó el tenedor en su plato sin comer la patata que había pinchado. Lanzó una mirada de advertencia a su padre.
—Feli. Hablaremos de eso más tarde.
—Pero mamá, yo...
—Más tarde.
Felipe captó al fin el mensaje. Tomó su hamburguesa y empezó a comer.Hubo un momento de un incómodo silencio, pero pronto los hombres volvieron a su conversación de los coches y Valeria al tema de su boda.
—No puedo creer que ya esté encima. Faltan menos de dos semanas.
—Menos mal —comentó Miguel, entrando un momento en la conversación—. Mi chequera no puede soportar mucho más tiempo de esto.
Valeria se echó a reír.
—¡Oh, papá! Haré que te sientas muy orgulloso de mí.
—Ya lo has hecho, cariño. Siempre lo has hecho.
Paula miró su plato y comprendió que le sería imposible dar un mordisco más. La conversación fluía a su alrededor... y ella no quería levantar la vista. Pero no podía mirar su plato eternamente.Levantó la mirada. Y se encontró con los ojos de Pedro. Éste levantó la comisura de la boca en una media sonrisa que era al mismo tiempo una pregunta. Paula le devolvió la sonrisa sin pensar. Aquello no era posible.Y sin embargo, ocurría.Pedro Alfonso coqueteaba con ella.
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