miércoles, 10 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 32

Paula no se enteró bien de lo que sucedió en los días que siguieron; primero fueron las explicaciones a Roberto y a Alicia; después, escribió a Pedro y a Mateo. Al día siguiente, el vuelo a Boston y su llegada al antiguo hospital, una bella construcción de ladrillos. Exámenes, análisis de sangre, y luego… la operación. Ésta resultó unéxito completo, según le dijeron; debía quedarse diez días para recuperación clínica en la ciudad de Boston, y después volver a casa.
Deseando hablar a Chaves antes que a ningún otro lado, marcó el teléfono de Alicia.

—Habla Paula, Alicia. ¡La operación resultó! ¡Puedo caminar otra vez!

—¡Pau, querida! Eso me parece maravilloso —la voz se le quebraba—. Aquí está tu abuelo, le paso el teléfono.

—¡Puedo caminar, abuelo!

—¡Mi muchachita! ¡Esa es la mejor noticia que he oído en toda mi vida! Y ¿cuándo regresarás a casa?

—Dentro de una semana y media —respondió—. ¿Está Pedro allí?

—No muchacha, ellos no están aquí ahora. Mira, hazme saber en qué vuelo llegarás para ir a recibirte, ¿lo harás?

—Eso sería fabuloso, nos veremos allí, entonces, ya me retiro pues no tengo más monedas. Adiós.

Colgó el auricular sintiéndose un poco defraudada. Pensaba, desde luego, hablar también con Pedro y con Mateo. Debió haber preguntado dónde estaban, o dejar el número de teléfono para que Pedro le llamara. Decidió telefonear a sus padres más tarde. Y se extrañó de no haber recibido de Paul ni siquiera unas líneas, en respuesta a la nota que le dejó en la isla. Pero no hubo nada. Como amigo, seguramente que debió de haberse mostrado como un respaldo durante la operación o por lo menos en los días de incertidumbre que le sucedieron. O tal vez, después de tantas negativas, ¿habría él decidido echarla de su vida? Sin embargo, sí había tenido noticias de Mateo, él le envió un dibujo hecho por él con algunas letras alrededor de la hoja. Paula no entendía lo que sucedía… y en la intimidad de su cuarto de hospital no podía negarse a reconocer cuánto la hería esta falta de comunicación.

Pasó diez días en el centro de rehabilitación. A menudo se sentía demasiado cansada, pero aún así proseguía con entusiasmo los ejercicios que se le indicaban, tomando cada vez más confianza en su propio equilibrio y en la fuerza que sus piernas iban adquiriendo. El doctor insistió en que usara todavía la silla de ruedas para su regreso en avión a Halifax. Le dió unas hojas con instrucciones para los horarios de los ejercicios de fisioterapia que debería continuar haciendo. Y después, ya estaba rumbo a casa. Al llegar, una azafata la condujo por la rampa, en su silla de ruedas. Vió a su abuelo y a Alicia, pero ni señales de Pedro ni de Mateo. Con una gran sonrisa llamó a su abuelo.

—¡Aquí, aquí, abuelo!

Roberto estaba muy elegante en su traje gris; la cadena de oro relucía cruzada al frente del chaleco. Alicia llevaba puesto su mejor vestido de seda. A pesar de la desilusión que le causó no ver ni a Pedro ni al pequeño, le dió gran ternura comprobar que el abuelo y Alicia consideraban la ocasión para vestirse con sus mejores ropas,como si se tratara de una fiesta. Antes de llegar a ellos, le pidió a la azafata que se detuviera, y se levantó, caminando despacio hasta donde estaba su abuelo y Alicia. No había ninguna duda ahora, ésta se encontraba llorando. Inclusive los ojos de Roberto estaban brillantes y su voz un tanto temblorosa cuando le dijo:

—Bienvenida a casa, Pau—la abrazó con toda su fuerza y después hubo una breve pausa, los dos se quedaron mirando y Ben quiso llenar el silencio—: Déjame traerte la silla, no debes cansarte demasiado. Tendremos que esperar por tu equipaje.

Alicia apretó una de las manos de Paula.

—Es maravilloso verte de nuevo caminar, querida, estamos ansiosos de saber todos los detalles. Estoy segura de que tendrás que ver pronto al doctor Moriarty, ¿No es así?

Roberto trajo la silla y Paula se sentó dándole las gracias.

—Sí, Ali —y enseguida preguntó—: ¿En dónde están Pedro y Mateo?

Roberto  y Alicia cambiaron una mirada de complicidad. Fue Roberto quien respondió:

—Bueno, bueno —dijo con titubeo—, sabíamos que ibas a preguntar eso. Un repentino temor la asaltó dejándola fría y temblorosa.

—Supongo que ellos están bien, ¿no es cierto? ¿Nada malo ha sucedido?

—No, no, nada malo, no es eso —Roberto le tomó una mano—. Mira, el equipaje está llegando, vamos ahora y en el auto te explicaré lo que ha pasado.

Tratando de tener su mente en blanco, Paula quedó allí esperando que Roberto recogiera el equipaje.

—¿Sólo es ésta?

—Sí, abuelo.

Alicia impulsó la silla de ruedas a través de las puertas de vidrio y salieron a la calle. Caminaron hacia el estacionamiento; el ruido de un jet que tomaba tierra impidió la conversación. Después, Roberto tuvo que regresar a devolver la silla de ruedas a la terminal aérea. Por fin, salieron y se dirigieron hacia la autopista.

—¿En dónde están Pedro y Mateo? —volvió a preguntar la chica.

—Se fueron a Toronto —contestó Roberto.

—¿Quieres decir se fueron para quedarse allá?

—Sí.

—Ellos fueron para la revisión médica de Mateo, ¿Acaso nunca más regresaron?

—No, no lo hicieron. Pedro me escribió días después. En primer término, me dijo que la madre de Mateo deseaba verlo y, además,  decidió que sería mejor para el niño no volver a la isla, pues se estaba arraigando demasiado aquí y él pensaba que era mejor quedarse a vivir en Toronto por un tiempo. También mencionó algo acerca de pasar unas dos semanas en el norte de Ontario en una casa de campo, de un amigo, a la orilla del mar.

—Y la revisión médica de Mateo, ¿Salió bien?

—Ciento por ciento.

—Me alegro.

—Hay tres cartas de Pedro en tu casa esperando, creo que una es de Mateo. Supongo que debimos haberte informado todo esto antes, muchachita, pero temimos que estando en plena recuperación pudieras preocuparte demasiado, así que decidimos esperar a que volvieras a casa.

—Ya veo.

Paula venía sentada junto a la ventanilla, miraba el verde pasto que se cortaba a la orilla del camino, y el monótono paisaje de árboles. Se sentía triste y defraudada repitiendo en su mente sin cesar seis palabras, que martilleaban su cerebro con constancia: Pedro y Mateo se han marchado… No estaría allí para compartir con ella la alegría de su recuperación. Sintió que la garganta se le anudaba. Trató de ahuyentar las lágrimas, tallándose los ojos. Ella sabía porqué se habían marchado, se había negado a casarse con Pedro y de esa manera ser una madre para el niño. A él no le preocupaba que Mateo se arraigara demasiado a la isla, sino a ella.   Lo alejó de su presencia, pensando que de esta manera el niño la olvidaría pronto y que aquellas semanas transcurridas en la isla quedarían abandonadas como un recuerdo en su memoria, un simple intermedio entre la vida cotidiana.

3 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! menos mal que se operó Paula, pero parece que va a tener que ser ella la que vaya a buscarlos... Ojalá se reencuentren pronto!

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  2. Pero qué testaruda Pau, ahora va a tener que ir a buscarlos. Ojalá sea pronto.

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