lunes, 22 de agosto de 2016

Trampa De Gemelas: Capítulo 1

Paula Chaves se  sentía  culpable  y  desgraciada  y  sabía  que  era  una  cobarde.  ¿Cuántas  probabilidades  había  de  tropezar  siempre  con  el  mismo  hombre?  Dado  que  el  pueblo  de  Tate's  Junction,  en  el  estado  de  Texas,  donde  aparecía  continuamente  el  hombre  en  cuestión  tenía  casi  dos  mil  habitantes  y  que  Paula no  intentaba  encontrarse  con  él  adrede,  las  probabilidades  no  debían  de  ser  muchas.Y sin embargo, ella no dejaba de tropezar con Pedro Alfonso. Como en ese momento.Oh, sí, sabía muy bien que Pedro Alfonso era el tipo de hombre con el que debía tropezar. Por desgracia, también era el hombre al que no soportaba mirar a la cara.Pero lo haría. Claro que lo haría.

Después de la boda de su hermana gemela. La primera vez había sido en la gasolinera.Paula y  Felipe, su  hijo  de  diez  años,  acababan  de  llegar  a  Tate's  Junction  desde  San  Antonio  para  pasar  tres  semanas  de  vacaciones.  Y  antes  de  que  llevaran  cinco  minutos en el pueblo, allí estaba él.Más  tarde  se  preguntaría  por  qué  había  parado  a  echar  gasolina.  Podía  haber  seguido perfectamente hasta casa de sus padres, en Pecan Street. Le quedaba más de la cuarta parte del depósito y podía haberlo llenado más adelante. Pero vió la tienda y  los  surtidores  al  salir  de  la  autopista  y  le  pareció  lo  más  sencillo  usarlos  en  ese  momento. Felipe, ocupado con su Game Boy en el asiento de atrás, levantó la vista cuando ella paró el coche.

—Seguro que aquí tienen helados.

Ella se volvió y lo miró con cariño.

—No.

—Pero mamá...

Paula tomó su bolso y se inclinó para pulsar el botón que abría el depósito.

—En diez minutos estaremos en casa de la abuela.

—La abuela no tiene helados.

—Quédate ahí —ella se desabrochó el cinturón y abrió la puerta.

—¡Ah, mamá...! —protestó el chico.

Pero  Paula lo  miró  y  vio  que  volvía  a  estar  inmerso  en  la  Game  Boy.  Sonrió  y  pensó que no les iba mal, a pesar de que Manuel... Manuel...

La  inundó  una  oleada  de  tristeza.  Manuel había  muerto  poco  más  de  un  año  antes.  Los  dos  lo  echaban  de  menos,  pero  el  tiempo  iba  haciendo  su  trabajo.  Paula había  pasado  lo  peor:  la  desesperación  primera,  el  agujero  vacío  en  el  centro  de  su  mundo. Ahora, a menudo, cuando pensaba en él lo hacía con una especie de tristeza amorosa. Habían vivido juntos seis años maravillosos, siete si contaba el año antes de la  boda.  Ella siempre  tendría  los  recuerdos  reconfortantes  de  esos  años.  Era  una  mujer  afortunada,  tenía  un  hijo  sano  y  había  conocido  la  alegría  del  amor  firme  y  seguro de un hombre bueno.Sanó del coche, cerró la puerta tras ella y buscaba su cartera en el bolso cuando oyó un gemido.Levantó  la  vista.  Al  lado  de  la  rueda  trasera  estaba  sentado  el  perro  más  feo  y  adorable que había visto jamás; sus ojos marrones la miraban suplicantes y su cuerpo peludo temblaba.Le  sostuvo  la  mirada  y  gimió  más  alto,  al  tiempo  que  se  levantaba  y  movía  el  cuerpo  con  agitación  apenas  contenida,  como  si  llevara  toda  la  vida  esperando  encontrar a alguien como ella. Paula no pudo evitar echarse a reír.

—¿De dónde sales tú?

El perro no necesitó nada más. Se acercó a ella jadeante y se tumbó de espaldas.

—Está bien, está bien —Paula se acuclilló a rascarle la panza. El perro gimió con la lengua  colgando—.  Sí,  eres  lo  más  simpático  que  he  visto  nunca  —declaro  ella,  que  seguía rascándolo—. Pero no, no puedo llevarte a casa.

—No  es  fácil  creerlo  viéndolo  así,  pero  ya  tiene  casa  —dijo  una  voz  masculina  detrás de ella, una voz profunda y firme, preñada de regocijo.

Paula volvió la cabeza y allí estaba él, al sol, más allá de la sombra del tejado que protegía  los  surtidores,  con  los  brazos  grandes  cruzados,  las  piernas  un  poco  separadas y el pelo castaño brillando a la luz del intenso sol de Texas.

Pedro. Era... más grande de lo que recordaba. Su cuerpo, antes delgado, hablaba ahora de fuerza muscular. Sus ojos oscuros habían perdido la mirada anhelante y salvaje de otro tiempo. Paula  sintió  un  nudo  en  la  garganta.  Tragó  saliva  y  sonrió  ampliamente.  Se  levantó y lo miró.

—Paula—sonrió  también  él,  sin  confundirla  con  su  hermana,  Valeria. —Sabía que eras tú en cuanto has salido de ese coche.

Paula pensó  que  no  era  sorprendente  que  la  recordara  a  simple  vista,  ya  que  en  otro tiempo había estado enamorado de Valeria.

Valeria era la más ingeniosa, la más popular.  Todos  los  chicos  estaban  locos  por  ella.  Paula era  más  callada,  mejor  estudiante  y  un  poco  tímida.  Aunque  eran  idénticas,  nadie  en  el  pueblo  tenía  dificultad para diferenciarlas.

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