Paula Chaves se sentía culpable y desgraciada y sabía que era una cobarde. ¿Cuántas probabilidades había de tropezar siempre con el mismo hombre? Dado que el pueblo de Tate's Junction, en el estado de Texas, donde aparecía continuamente el hombre en cuestión tenía casi dos mil habitantes y que Paula no intentaba encontrarse con él adrede, las probabilidades no debían de ser muchas.Y sin embargo, ella no dejaba de tropezar con Pedro Alfonso. Como en ese momento.Oh, sí, sabía muy bien que Pedro Alfonso era el tipo de hombre con el que debía tropezar. Por desgracia, también era el hombre al que no soportaba mirar a la cara.Pero lo haría. Claro que lo haría.
Después de la boda de su hermana gemela. La primera vez había sido en la gasolinera.Paula y Felipe, su hijo de diez años, acababan de llegar a Tate's Junction desde San Antonio para pasar tres semanas de vacaciones. Y antes de que llevaran cinco minutos en el pueblo, allí estaba él.Más tarde se preguntaría por qué había parado a echar gasolina. Podía haber seguido perfectamente hasta casa de sus padres, en Pecan Street. Le quedaba más de la cuarta parte del depósito y podía haberlo llenado más adelante. Pero vió la tienda y los surtidores al salir de la autopista y le pareció lo más sencillo usarlos en ese momento. Felipe, ocupado con su Game Boy en el asiento de atrás, levantó la vista cuando ella paró el coche.
—Seguro que aquí tienen helados.
Ella se volvió y lo miró con cariño.
—No.
—Pero mamá...
Paula tomó su bolso y se inclinó para pulsar el botón que abría el depósito.
—En diez minutos estaremos en casa de la abuela.
—La abuela no tiene helados.
—Quédate ahí —ella se desabrochó el cinturón y abrió la puerta.
—¡Ah, mamá...! —protestó el chico.
Pero Paula lo miró y vio que volvía a estar inmerso en la Game Boy. Sonrió y pensó que no les iba mal, a pesar de que Manuel... Manuel...
La inundó una oleada de tristeza. Manuel había muerto poco más de un año antes. Los dos lo echaban de menos, pero el tiempo iba haciendo su trabajo. Paula había pasado lo peor: la desesperación primera, el agujero vacío en el centro de su mundo. Ahora, a menudo, cuando pensaba en él lo hacía con una especie de tristeza amorosa. Habían vivido juntos seis años maravillosos, siete si contaba el año antes de la boda. Ella siempre tendría los recuerdos reconfortantes de esos años. Era una mujer afortunada, tenía un hijo sano y había conocido la alegría del amor firme y seguro de un hombre bueno.Sanó del coche, cerró la puerta tras ella y buscaba su cartera en el bolso cuando oyó un gemido.Levantó la vista. Al lado de la rueda trasera estaba sentado el perro más feo y adorable que había visto jamás; sus ojos marrones la miraban suplicantes y su cuerpo peludo temblaba.Le sostuvo la mirada y gimió más alto, al tiempo que se levantaba y movía el cuerpo con agitación apenas contenida, como si llevara toda la vida esperando encontrar a alguien como ella. Paula no pudo evitar echarse a reír.
—¿De dónde sales tú?
El perro no necesitó nada más. Se acercó a ella jadeante y se tumbó de espaldas.
—Está bien, está bien —Paula se acuclilló a rascarle la panza. El perro gimió con la lengua colgando—. Sí, eres lo más simpático que he visto nunca —declaro ella, que seguía rascándolo—. Pero no, no puedo llevarte a casa.
—No es fácil creerlo viéndolo así, pero ya tiene casa —dijo una voz masculina detrás de ella, una voz profunda y firme, preñada de regocijo.
Paula volvió la cabeza y allí estaba él, al sol, más allá de la sombra del tejado que protegía los surtidores, con los brazos grandes cruzados, las piernas un poco separadas y el pelo castaño brillando a la luz del intenso sol de Texas.
Pedro. Era... más grande de lo que recordaba. Su cuerpo, antes delgado, hablaba ahora de fuerza muscular. Sus ojos oscuros habían perdido la mirada anhelante y salvaje de otro tiempo. Paula sintió un nudo en la garganta. Tragó saliva y sonrió ampliamente. Se levantó y lo miró.
—Paula—sonrió también él, sin confundirla con su hermana, Valeria. —Sabía que eras tú en cuanto has salido de ese coche.
Paula pensó que no era sorprendente que la recordara a simple vista, ya que en otro tiempo había estado enamorado de Valeria.
Valeria era la más ingeniosa, la más popular. Todos los chicos estaban locos por ella. Paula era más callada, mejor estudiante y un poco tímida. Aunque eran idénticas, nadie en el pueblo tenía dificultad para diferenciarlas.
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