miércoles, 3 de agosto de 2016

Juntos A La Par: Capítulo 8

—Buen trabajo —expresó con sequedad.

—Sí, lo es, ¿No te parece? —levantó la mirada hacia Roberto, reconociendo una tristeza en sus ojos. No era un secreto para nadie que desde hacía cinco años estaba tratando de persuadir a Alicia para que se casara con él y el hecho de tomar dos huéspedes no beneficiaba en nada sus planes. Ahora estaría mucho más ocupada y tendría menos tiempo para dedicarlo a su vecino—. Lo siento, abuelo, no fue mi intención…

—Bueno, a ella le fascina estar ocupada. Después de todo, es bueno tener algún cambio —emocionado añadió—: Será bueno tener a ese niño por aquí cerca, te lo aseguro.

Paula sintió que su corazón se oprimía, al notar el sentimiento de soledad en el tono de voz de su abuelo. La esposa de Roberto había muerto veinte años atrás y su único hijo, el padre de Paula, se fue de la isla Chaves desde muy joven, al otro lado del país. La chica era también hija única y ahora, debido al accidente, no tendría posibilidad de casarse y llenar la casa de Roberto con muchos bisnietos.

—Me parece un chico muy bueno —se aventuró a decir ella—; sin embargo, parece que hay algún conflicto entre él y su padre…

—¿También tú lo notaste? El muchacho nunca menciona a su padre si puede evitarlo. Es extraño. ¡Ah! Mira, allí vienen.

Mateo venía corriendo por el prado.

—¡Vamos a quedarnos! —les gritó—. ¡Y podré recoger caracoles y estrellas de mar cuando la marea baje y caminaré sobre las rocas en lugar de pasar por el puente!

—Todo está arreglado, pasaré las maletas a la casa de Alicia y después iré a Halifax a recoger un baúl que debe estar en la estación de trenes—se volvió para ver a su hijo— Mati, ¿Quieres venir conmigo?

Antes que él respondiera, Roberto  intercedió:

—Creo que nosotros dos tenemos algo que hacer en el bote. Yo lo cuidaré mientras usted va a Halifax.

—En ese caso, estoy seguro de que Paula podrá acompañarme. Iremos ahora mismo.

—Yo no… —comenzó a decir ella.

—Es una gran idea —interrumpió Roberto—. Pau no tiene muchas oportunidades de salir de la isla. Será bueno para ella.

—Y no te preocupes por nada —añadió Alicia acomedida—, yo prepararé la cena para esta noche.

—Magnífico —dijo Pedro antes que la joven pudiera interponer alguna excusa. Caminó hacia la parte trasera de la silla de ruedas y, quitándole el freno, la impulsó hacia la casa de Paula diciendo:

—Creo que nos iremos enseguida. Podremos almorzar allá en el hotel.

Sin decir palabra, Paula se dejó conducir a través del puente. Cuando llegaron junto al auto de Paedro le dijo enfadada.

—Mira, Pedro Alfonso, has ido demasiado lejos…

—Ya lo veo. Y debo decirte que te veo muy linda con las mejillas encendidas, te favorece el enfado.

—¡Oh! —explotó ella—. Llévame de regreso, no quiero ir contigo.

—¿Por qué no? —preguntó cruzando los brazos y apoyándose en el auto.

—Por principio, manipulaste la situación muy a tu gusto sugiriendo delante de Roberto y de Alicia que yo saliera, sabiendo que ellos lo aprobarían.

—De acuerdo —dijo él con picardía.

—Tú nunca me preguntaste a mí si quería ir.

—No valía la pena hacerlo. Sabía que te ibas a negar.

—Tienes toda la razón —replicó furiosa—. Así que ahora me llevas de regreso, y no te preocupes, ya pensaré en algo qué decir para que no se ensombrezca tu imagen de buen samaritano…

—Tienes una pequeña lengua muy venenosa —expresó Pedro con ironía—. Me gusta una mujer con convicciones.

—Y hablando de mujeres, presumo que Mateo tiene una madre, ¿En dónde está ella?

—Imagino que se encuentra en Mónaco, con su flamante esposo. Ella acostumbra pasar los veranos allí. ¿Qué más deseas saber? —su expresión era enfadada.

—Lo siento, no debí haber preguntado eso —se disculpó avergonzada.

—No, no debiste.

Abrió la puerta del auto y se agachó para ajustar los descansos de los pies de la silla de ruedas.

—¿Qué es lo que estás haciendo?

 —Te voy a pasar al auto para que nos vayamos a Halifax.

—No quiero ir.

—En realidad no me importa si quieres o no —le dijo paciente—. Paula, ahora mismo nos vamos.

—Oblígame a ir —retó, apretando los brazos de la silla con fuerza.

—¡Oh! Eso será muy fácil!

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